la tercera
Carta a la educación española
«Te ruego que huyas de la tiranía que supone gobernar (solo) desde las hojas de Excel. Los recortes sobre ti conllevan, también, unos costes enormes»
Justifica tus reformas sin inventarte fantasmas, ni caricaturizar tus problemas. Hay muchas razones para estar orgullosa de ti misma. Por ejemplo, atiendes todos los días (o casi) a toda la población residente en territorio español de entre 6 y 16 años (y más del 95 ... por ciento de la población de entre 3 y 6 años). A toda esta población, todos los días. Y llevamos así ya décadas y gracias a eso la sociedad española está mejor educada que nunca. También te has mostrado particularmente resiliente en tiempos de crisis. Durante la pandemia se mantuvieron cerradas relativamente poco tiempo las escuelas, dando una cobertura muy amplia en la reapertura. Además, ofreces una excelente capacidad de protección contra la pobreza y el desempleo. A mayor nivel educativo alcanzado, mejor protegida está la persona para resistir los vaivenes de los ciclos económicos (claro que, en la medida que eres protectora eres, también, un triste y eficaz predictor de a quiénes golpearán más fuerte las crisis).
Trasciende los debates infructuosos en política educativa. Por ejemplo: ¿sería mejor que el sistema educativo no estuviese descentralizado?, ¿sería mejor que no hubiese centros privados concertados?, ¿sería mejor que la educación no fuese obligatoria hasta los 16 años? Lo que tienen en común estas preguntas es que cuestionan hechos consumados, que son resultado de decisiones ya tomadas y que forman parte del escenario que heredamos. ¿Por qué no trabajar con todo ello? Cambia las preguntas. Por ejemplo: ¿cómo podemos coordinar/armonizar mejor el trabajo de las consejerías de educación?, ¿qué medidas pueden proponerse para evitar/paliar la segregación escolar?, ¿en qué periodos del sistema educativo generarán mayores retornos las inversiones que hagamos?
Libérate de agendas políticas. De todas. Pon en el centro la misión fundamental para la que fueron concebidas las escuelas y que es la única que asegura su justificación futura. En sus niveles obligatorios, las escuelas no deben ser ni centros de formación profesional ni espacios asociativos de activismo social, sino lugar y tiempo destinados a la alfabetización (matemática, lingüística, artística, cívica, mediática, histórica, científica) de las nuevas generaciones. Dejemos que profesores y alumnos puedan concentrarse en esta tarea que es en sí misma ya inmensa. La política debe ocuparse de la educación, pero no para que la educación se ocupe de la política.
Y, por favor, no permitas que 'pedagogicen' todos los problemas sociales: no es responsabilidad tuya acabar con el paro estructural, ni salvar el Mar Menor, ni solucionar las tensiones nacionalistas. La respuesta a cada problema social no puede consistir en crear una asignatura nueva que lo aborde o meter a capón un bloque de contenidos que lo trate. Cargar con toda esta variedad de expectativas sobre tus espaldas es condenarte a existir en un estado de incumplimiento sistemático de promesas que nunca estuviste en condiciones de poder realizar.
Que no se te pase que tienes que hacer una planificación de las enseñanzas que tenga en cuenta el impacto del descenso de la natalidad. La pregunta a la que te enfrentas es, ¿qué vas a hacer con esos recursos 'sobrantes'? ¿Vas a invertirlos en otros sectores o vas a mantenerlos en este? Y, en su caso, ve pensando en qué y cómo.
Ten muy presente que cualquier medida que quieras tomar tendrá unos costes enormes: o porque requiere de una inversión pantagruélica (¿cuánto cuesta ampliar la jornada escolar una hora semanal o reducir en un estudiante el número máximo de alumnos por aula? Millones de euros anuales), o porque implica movilizar a un ejército de personas (más de 755.000 profesores con las quienes podrás contar de modos muy variados en función de dónde enseñen –público, concertado, privado–).
Te ruego que huyas de la tiranía que supone gobernar (solo) desde las hojas de Excel. Los recortes sobre ti conllevan, también, unos costes enormes. Sumar una hora de clase semanal a cada profesor puede parecerte un ahorro inmenso, pero las consecuencias organizativas en los centros te resultarían sorprendentes: habla con quienes van a tener que vivir con los efectos del recorte antes de proceder a él. Sabes bien que tardar quince días en sustituir a un profesor tiene un impacto que no es equiparable al de otras administraciones: en una oficina de Hacienda se amontonan los expedientes o se alarga la cola de espera, pero los niños no dejan de ir al colegio (todos, cada día) y los alumnos del centro de al lado no habrán perdido dos semanas de clases de matemáticas.
Tendría que ser posible ser educado en la lengua materna, es un derecho fundamental. Esto se ve sistemáticamente vulnerado en comunidades con lengua oficial propia y en las que se extiende la llamada 'educación bilingüe'. Es verdad que a un niño que llega de Perú tiene más probabilidades de que le vaya escolarmente peor en un sistema de inmersión en catalán, pero también es cierto que hay niños madrileños que no saben quién fue Cristóbal Colón (aunque sí les suena de algo Christopher Columbus).
No pierdas el tiempo, porque en educación no hay tiempo (ni dinero) que perder. Mientras sigan vigentes estos concordatos con la Santa Sede la religión católica es de oferta obligatoria en todos los centros educativos. No puede ser que la alternativa para quienes no la cursan, sea una hora de nada, y tampoco puede ser que no sea materia evaluable para quienes sí lo hacen. Bajo la legislación vigente los alumnos pueden o hacer religión para nada o 'nadear' con la nada. Una hora, cada semana, de cada curso, es una cantidad de recursos considerable.
Asegúrate de que tu democratización y flexibilización no se estén logrando a costa de descafeinar los currículos de las enseñanzas. Tienes que ofrecer la oportunidad a todos de ampliar su capital cultural. A cuantos más y cuanto más, mejor. Defiende el conocimiento poderoso. No permitas que se venda políticamente para los hijos de otros, lo que no querrían (y, de hecho, no quieren) para los suyos.
Y, por último, trabaja por equilibrar dos circunstancias difíciles de conciliar (sabiendo que estarás sentada sobre una tensión irresoluble): que, por un lado, de ti no se ocupan en exclusiva las administraciones públicas y las familias tienen constitucionalmente protegido su derecho a que los hijos reciban 'la formación religiosa y moral' que esté de acuerdo con sus propias convicciones; y que, por otro lado, deben darse unos grados de igualdad y justicia adecuados para que toda democracia exista y se amplíe, lo que debe llevarte a procurar que las escuelas sean espacios de 'comensalidad' donde los distintos aprendan a vivir (y comer) juntos.