sin punto y pelota
La venganza al desprecio
El voto populista es el enfado a una diversidad de colorines que ignora la ideológica
Sociedad pantalla
El bono cultural no les ha comprado
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Iniciar sesiónSentir que te miran por encima del hombro no es agradable. Ya sé que es cuestión de percepción en la batalla de ofendidos, pero la lucha por el voto va de esto. De que hay quien se siente insultado y despreciado por los que, además, ... manejan el dinero de sus impuestos. La victoria de Le Pen en Francia, como antes la de Meloni o la de Milei, como la previsible de Trump en noviembre, dará mucho juego a los politólogos, pero en una universidad con sesgo de izquierdas nadie dirá la perogrullada: es una respuesta de cajón a esos delicados que miran con asquito a las viejas furgonetas de reparto diesel a las que impiden acceder al centro de las ciudades. Por ejemplo. Desde los despachos oficiales, subvencionan con dinero del de la Citroen C15 al alto funcionario que se compra coche chino eléctrico y, de paso, así vamos cosechando ERE en Almussafes.
La venganza al desprecio es la clave de esta reacción. Es aquel vídeo en el que unos vecinos del sur de Madrid le afean a Errejón que el gobierno municipal progresista no ha hecho nada, además de poner a parejas gays en las luces de los semáforos y hacer algún huerto urbano. Es aquel otro vídeo del señor que llevaba una plancha de pladur y votaba a Vox. Y no solo. Porque van juntos los obreros manchados de escayola con empresarios hartos de tener que hacer informes sobre igualdad de género en sus negocios. Jóvenes sin poder alquilar con propietarios con 'inquiocupas'. Homosexuales a los que el Orgullo les parece una horterada desaforada, como bien explicó Carlos Berlanga hace más de 20 años.
Es la cara de estupefacción de Meloni por haber sido tangada por Von der Leyen. Es Le Pen diciendo a Macron que él no pinta nada apoyando a comisarios en Europa. Es cualquiera que esté alarmado por la inmigración ilegal cuando lee que ahora, sí, ahora, Sánchez quiere saltar el muro con el PP para abordarla. Él, que depende de los votos de unos señores vascos y catalanes que son lo más racista que despachamos en España.
Es la cara que pusieron tantos estadounidenses cuando Hillary Clinton los llamó despreciables. Es el enfado ante una diversidad de colorines que ignora la ideológica. Que te puede parecer bien ayudar a una mujer para que no aborte sin ser fascista. Que saber, con datos, que los niños de familias estables, con padre y madre, tienen mejores posibilidades para que les vaya bien en la vida no significa que no admitas otros modelos de familia. Que desear y tener muchos hijos, con sacrificios, no te convierte en una tarada. Que dar prioridad a tu vida familiar por encima del trabajo, si puedes elegir, no te hace una tontita sometida al patriarcado.
Los votantes del populismo, de la llamada extrema derecha, quieren que los políticos dejen de ocuparse de la chapita de la agenda 2030 en la solapa y se preocupen de facilitar la construcción de viviendas para sus hijos. Básicamente, exigen respeto y no desprecio. Y, para vengarse, sí, todavía pueden escoger un voto para calmar la rabieta. En eso consiste la democracia, mal que les pese a los que creen saber lo que conviene a todos.
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