sin punto y pelota
La tostada y la empanada. Dicotomía.
No es que no me apene la barbarie de Palestina, pero no consigo que me amargue un mollete con aceite
Un tiro a la libertad de expresión
El fracaso escolar de los profesores
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Iniciar sesiónUna señora escribe una carta al director de El País y explica que no disfruta como debiera su tostada de desayuno por la guerra en Gaza. Le encantaría saborear ese pan, ese aceite, en esa cocina extremeña, pero no puede: están matando a centenares ... de niños en Palestina. Me da pena la pena de esta señora. No es que no me apene la barbarie contra civiles en Palestina, pero no consigo que me amargue un mollete con aceite de Teba. Al revés, lo miro y me siento afortunada, qué quieren. Ya les contaba a los niños, cuando estábamos con el mapamundi, que en aquel culo de saco del Mediterráneo, un tercio de Andalucía, donde empezó tanto en Jerusalén, nacían niños condenados a no entenderse, incluso a matarse. Y me acordaba de los fastos que organizó Felipe González en el Palacio Real en 1991, que solo consiguieron la paz para las boticarias de la calle Bailén, porque se fueron los yonquis en la Plaza de España de un día para otro. En Oriente Medio no hubo, aunque luego fueron los Acuerdos de Oslo y el Premio Nobel de la Paz para Arafat, Rabin y Pérez. Prematuro, dijeron algunos cenizos, que pasaron a realistas cuando se cargaron a Rabin.
No habrá paz para los manipuladores que pretenden que abrazar 'la causa palestina', acudiendo a reventar competiciones, llamando a boicots a Israel, declararse apenado leyendo poemas de palestinos –como ayer Salvador Illa en Onda Cero antes de no mojarse sobre la expulsión del equipo de Tel Aviv, un clásico, de la Euroliga de baloncesto– dé puntos en ese pasaporte imaginario al lado bueno de la historia, donde reina Sánchez levantando muros sin lamentaciones.
Hace unos meses, Juan Manuel de Prada destripó la polémica entre JD Vance y el actual Papa por el ordo amoris, esa jerarquía en el amor al prójimo y al no tanto. Faltaba el amor a uno mismo, arte en el que brilla nuestro presidente, capaz de tapar los problemas que le chupan la cara con los cadáveres de los valientes palestinos que se niegan a abandonar Gaza. Escudos para Sánchez, como dice Cayetana. ¿Cómo se puede hablar de la falta de presupuestos, de los escándalos de corrupción, de los tejemanejes de Zapatero con Venezuela, de la necesidad de reformar las pensiones, de la natalidad decreciente, de nada, cuando están matando a palestinos? Nos preguntarán, clavándonos la mirada, las mejores personas del mundo.
Mientras, la mía se me va al carro de la compra de los más de 100 euros. A la empanada de atún de Mercadona de la señora de delante: «cualquiera compra pescado», dice. Habrá a quien sea más de apenarse por las razones de la empanada que de amargarse la tostada. Quien, al votar, huya de falsas dicotomías y piense en las verdaderas: la eficacia de la pena de la tostada o de políticas que hicieran que miles se pudieran permitir el pescado, sin conformarse con la empanada. Dando por hecho que habrá quien acuse de asesinos de niños a quien no votemos con la causa palestina en primer lugar de nuestra jerarquía de prioridades. Porque, lo siento, la paz de ese culo de saco del Mediterráneo no depende ni de Pedro Sánchez ni de quien le suceda.
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