sin punto y pelota
Un país sin mantenimiento
Colgado de una catenaria les hubiera gustado a miles de españoles ver este martes a Óscar Puente
«Compliance», dijo
Que se rompan las familias
Viajar en tren era algo muy aburrido en el mejor sentido, tipo Suiza, vamos. La alta velocidad española sólo suscitaba debates colaterales, si hacía falta tanto tren veloz para jubilados sin prisa, si nos lo podíamos permitir cuando en países más ricos no soñaban con ... tanto kilómetro de ferrocarril de alta gama. La única aventura, impresentable, era la web de Renfe. Pero llegó la bendita competencia hasta que vino la incompetencia en las vías. Qué lejos aquel recuerdo de viaje en Acela Boston-Nueva York escuchando a dos ejecutivos costa este hablar con admiración de los trenes españoles. La llegada del AVE a Málaga fue un pulso duro por la medalla entre dos pesos pesados de las esencias malaguitas con toque de merdellonas: Celia Villalobos y Magdalena Álvarez. Después, Ábalos y Óscar Puente las dejaron de altas damas.
Álvarez fue la que dijo aquello de que Esperanza Aguirre sólo hubiera podido inaugurar la estación de metro de la T-4 de Barajas «colgada de una catenaria». Y, así, colgado de una, les hubiera gustado a miles de españoles ver ayer a Óscar Puente, ministro de las vías. Entiéndase, colgado metafóricamente, arreglando la que dejó a un par de trenes destino Atocha desde Andalucía echando una de esas noches que forja amistades para toda una vida. Menos mal que Atocha ya se llama Almudena Grandes, ojito. No es lo mismo llegar cabreado a Atocha, así, a secas y seco desde Villaseca de la Sagra, que a Almudena Grandes. Dónde va a parar.
El ministro Puente no estaba para irse corriendo a ese punto preciso de la avería, cuando él está de baja tensión de padre amantísimo de Óscar Puente Tercero. Qué necesidad hay de moverse hasta allí y que te griten golfo, como a Sánchez de noche en la Sevilla de Naciones Unidas, la nuestra dividida. Esas noches fresquitas de Sevilla en julio, escenario perfecto para celebrar la utilidad de las negociaciones multilaterales de la ONU y que Guterres pueda decir «qué calor tengo» y Sánchez le conteste «qué guapo soy, qué tipo tengo». Se creerá que erigiéndose en líder de la oposición a Trump puede seguir vendiendo motos eléctricas que compran Muñoz Molina y Ana Belén, pero en la siguiente estación de penitencia, en la Almudena Grandes, no cuela. Así no se esquiva el cambio climático en España, el del aumento de los grados de indignación con el choriceo y con la inoperancia de esos trenes que, desde el Falcon, se ven chiquititos. Aumentan las zonas rojas de alta temperatura emocional cuando las noticias de los manejos de Santos Cerdán coinciden con un pago a Hacienda cuya cara visible es María Jesús Montero sacando la lengua. Todavía no nos ha hecho la peseta, se limita a tratarnos como idiotas.
Se está cociendo un caldito muy acampada de Sol pero nos pilla con mala sombra y de vuelta ya. La indignación ha sido un viaje de ida y vuelta a un destino que se antoja incierto. Que pende de una catenaria. De una cadena. De una función hiperbólica.
Para función hiperbólica, la de los trenes parados toda la noche. La imagen de un país sin mantenimiento.