sin punto y pelota
Un chute de nostalgia tecnológica
Gracias a las redes sociales, unos cuantos ancianos solos van a recibir un regalo de un puñado de voluntarios que hablarán un rato con ellos
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Iniciar sesiónTiene la nostalgia mala fama en el progresismo y en la salud mental, pero benditos estos días que nos la permitimos. Mejor si nos hace conscientes de lo que conservamos todavía. Tías y madres que siguen sabiendo cómo trufar el pavo. Esos enfermos –se decía ... así, lo siento– de mi padre que llevan treinta años mandando a casa mazapán de Santo Tomé y trayendo una preciosa cesta llena de manjares, pava incluida. Corderos, queso y aceite de Herencia. Pero la nostalgia no me hace abominar de la tecnología actual, sin embargo. Mejora lo de entonces. Ahora nos podemos sentar a discutir qué película queremos ver juntos y hacerlo con una lista de cinéfilos consultados por X. Sí, juntos. Eso ya depende de nosotros y no es culpa de la tecnología: decidir si nos obligamos a compartir 'El golpe' o que cada uno se ponga cascos y vea la tablet. El horror.
La tecnología mejora la nostalgia porque facilita compartirla. En el grupo de WhatsApp de primos y tíos podemos tratar de identificar a todos los familiares de una foto en un jardín. Se han muerto varios y alguno está con alzhéimer, otros se conservan muy bien. Alguno se murió sin cumplir los 80 –la más reciente– y otros siguen haciendo deporte pasados los 85. Vete tú a saber el secreto. La teoría más repetida en los últimos meses es la del famoso estudio de Harvard que siguió las vidas de cientos de alumnos durante décadas y concluye que es muy sano mantener breves conversaciones con conocidos del día a día, no necesariamente amigos. Me acordé justo de eso en la comida de nuestro COU –cuya organización facilita mucho la tecnología–, cuando un camarero dicharachero nos contó sin venir muy a cuento a una amiga y a mí que había tenido que dejar a su primera mujer por ninfómana. Que tres veces al día, y a ese ritmo, no había conciliación. Las dos miramos al mar, atónitas, croqueta en mano y pensamos que lo de Málaga es muy fuerte. Que nos vengan de Harvard a estudiar.
La nostalgia mezclada con las redes sociales hace que, en una reunión así, haya risas recordando anécdotas de años jesuitas o de ese único curso en el que nos mezclamos chicos y chicas. Además, la resaca se puede aderezar con las fotos del desfase parcial y, durante el año, otras de cuando se tenía pelo, poca tripa y cierta empanada mental.
Gracias a las redes sociales, unos cuantos ancianos solos, en residencias, van a recibir un regalo de un puñado de voluntarios que hablarán un rato con ellos. Otros podrán quedar en la San Silvestre compartiendo ubicación en tiempo real y luego, juntos, se podrán tomar un chocolate con churros, con los móviles en el bolsillo hasta que los saquen para hacerse la foto o para ver si la abuela ha encargado algo de última hora para la cena con un audio en el WhatsApp.
Podemos mirar el móvil, concentrados, y pensar a qué lo estamos dedicando. Y hacer lo que nos dé la real gana, como si nos queremos fustigar con hemerotecas de Sánchez en bucle. O elegir darnos un chute de nostalgia tecnológica. Lo que sea mientras no nos lo impongan o prohíban. Siempre por nuestro bien.
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