sin punto y pelota
Malaje pero nunca jartible
Fue Burgos el retratista más afinado de Sevilla como un destilado costumbrista
Casta universitaria (13/12/23)
El elemento más ligero (9/12/23)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDecía Antonio Burgos que a él le podía venir la inspiración en el Mercadona. He ahí su grandeza. Tenía oído para dar en la tecla de un costumbrismo que no fuera rancio y porque en un Mercadona de Sevilla podría encontrar molletes de Antequera a ... los que rociar con aceite de Osuna. Se vanagloriaba Burgos de ser malaje y podría haber presumido de no ser jartible. Se podía haber permitido ser un snob –sobran en el columnismo– y, sin embargo, alababa los menús de carretera de la venta Los Pacos, en la Milla de Oro de Marbella, con su sopa de picadillo y sus huevos fritos.
Fue Burgos el retratista más afinado de una Sevilla que podría ser tópica, típica pero que, en sus columnas, era un destilado costumbrista, colado y agitado por un ojo que luchó contra un progreso hortera que confundía belleza clásica con pobreza. Lo supo ver también en Marbella y criticó aquel pasar de los suelos de barro, los jazmines y las buganvillas, los manteles de hilo que apreciaba Pepito Carleton a las mansiones de mármoles y griferías de oro. Esa estimación por la sencillez, por el magnolio y la pared de cal, la jacaranda en flor y, sí, por supuesto, el azahar de primavera, por el placer de un mollete tostado y una mermelada inglesa de naranjas sevillanas, nos quitó los complejos a andaluces más jóvenes que no éramos ni muy de toros, ni muy de vírgenes, ni muy flamencos, ni muy feriantes, ni siquiera graciosos. Otro tipo de malajes. Si unos necesitaban quitarse el pelo de la dehesa, otros precisábamos deshacernos de un sentimiento de inferioridad ridículo, sin bautizo en un nacionalismo andaluz que no sentíamos. Burgos nos fue guiando en la apreciación de lo propio hasta hacernos agradecidos por disfrutar de una tierra tan sobrada de identidad y generosa como para dársela a toda España. Podíamos echar la vista atrás y recordar con orgullo a la abuela cantando copla e imaginarla en Madrid con Antonio Vargas Heredia, flor de la raza calé, de melodía doméstica y olor a esa sopa de picadillo de todas las nochebuenas.
Los malagueños agradecemos a Burgos que no cultivara una rivalidad absurda. Ni cuando Málaga no era lo que hoy es y algunos miraban a Sevilla con una envidia que ni sentían a las orillas del Guadalquivir ni ahora, cuando otros, sí, catetos como nunca fue Burgos, miran con recelo el desembarco boquerón en el Palacio de San Telmo. El no podía hacerlo porque fue niño en los jesuitas de Portaceli, ese colegio bautizado así por el padre Jorge Loring, tan malagueño como para tener apellido de Boston, educado en El Palo. El 'Pae Loring' –así lo llamaban los niños, según Burgos– viraliza ahora en redes años después de su muerte con una desenfadada y profunda llamada a la oración. Citaba Loring al padre Rubio, otro jesuita andaluz, de Almería: «Si Dios no hace lo que se le pide, tan contento, porque quiero lo que Dios hace. Pues feliz». Los dos ya están en Porta Coeli. Un cielo que para Burgos será más Sevilla que Suiza, donde vivió unos meses cuando estaba amenazado por ETA y, según recordaba Rosa Belmonte, abandonó porque, aunque seguro, le iba a matar de tristeza. Sin que salieran el sol ni los molletes por Antequera.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete