bala perdida

Inutilidad de los padres

Los reyes son los hijos. Y no sólo en Navidad

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Siempre he creído en el oficio de maestro, que viene de Grecia, y debiera llegar hasta hoy mismo, aunque hasta aquí no llega. Porque el magisterio es un oficio en extinción, o casi extinto, ya. El maestro es el profesor más allá de la asignatura, ... que no sólo explica matemáticas, o sintaxis, sino el temario nunca ultimado del vivir. Y eso ya más bien se nos ha acabado. Es más, va acabándose, incluso, el oficio de ejercer de padre, o de madre, porque los padres se emplean a fondo en hacerle al hijo una vida resuelta, pero no mejor. Le ahorran al hijo la frustración, o el dolor, como si la vida fuera sólo la acampada de Instagram, donde el calendario es un bikini y la felicidad una urgencia. Y así no hay manera. Vamos cuajando en condiciones unas generaciones de inminentes inválidos. Llegarán a la jubilación sin moverse de la adolescencia. Tanto protegemos a los hijos que una gripe será un drama. Y la prosperidad, emocional y de la otra, queda así cancelada, porque la dicha existe si la desdicha existe. Creo que fue en el 2007 cuando se derogó el artículo del Código Civil que establecía que «los padres podrán corregir razonable y moderadamente a los hijos». El artículo es de sentido común, pero a veces el sentido común no consta en la ley. Según van las cosas, un cachete a tiempo es un destiempo de agresión y dejar a un adolescente sin la jarana del sábado noche resulta casi un secuestro. ¿Dónde queda, entonces, la autoridad de los padres, que es la vértebra de toda formación, hoy y mañana y siempre? Si la chavalería toma nota, que toma, y se empeña, que se empeña, media España de padres, o más, estaría arrestada, o en vísperas de arresto, porque la educación es una armonía de premio y castigo, pero razonablemente, eso sí, moderadamente, que es lo que avala la ley que no existe. Aunque debiera. El oficio de vivir se acuña, temprano, con un pie en la familia, y otro pie en la escuela. Pero la ley dice que el adolescente ponga los dos pies donde quiera, porque ya la ley no dice nada. Bueno, sí, que sancionen a los padres si opinan sobre el botellón del finde, o el menú de móvil. Acabamos de conocer lo que ya sospechábamos: los reyes son los hijos. Y no sólo en Navidad.

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