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bala perdida

Auge de la estafa

El piso turístico ha puesto a convivir un cabaré insomne con un piso de familia

El adiós de Sabina

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Ángel Antonio Herrera

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Cunde la picaresca de hospedarse un rato en un apartamento turístico para desde ahí ofrecer el alquiler del sitio, como falso propietario, y sacarse así un aguinaldo sensacional. Hay víctimas cándidas que han picado, y la candidez les ha costado más de tres mil euros, ... con suerte. O sea, un mes de estancia, otro de garantía y otro de fianza. Se trata del ingenio renovado de siempre, que es ofrecerte lo que no es mío. Pícaros así, que venden humo, hemos tenido siempre muchos, y muy virtuosos, en España, hasta anteayer mismo. Sólo hay que pegar el reojo al momento, un momento que mira tanto a la temporada de pandemia, donde una manta de listos hicieron un alegre trinque de un corretaje obsceno, cuando necesitábamos mascarillas de primer ajuar y los muertos lo fueron de nuestra familia. El pícaro, en España, tiene gracia, pero a veces no. Lo que no tiene gracia alguna es la epidemia desuncida de los pisos turísticos, y aún más allá, de las plataformas que los exhiben, donde no suele haber mayor responsabilidad que ajustar unas fotos a una dirección. El piso turístico ha puesto a convivir un cabaré insomne con un piso de familia, y así resulta que vives de pronto vecino de la algarabía. Traigo esto aquí porque la vigilancia sobre la normativa del piso turístico resulta mínima, o nula, con lo que nos sale que en ciudades como Madrid el ochenta por ciento de estos inmuebles, o por ahí, están fuera de la ley. Se le ha metido un poco de mano, en los últimos meses, a estas alegrías del mercado de alquiler, pero aún siguen vaciando masivamente la vida vecinal del centro de las ciudades y colocando una discoteca en el rellano del quinto. Quiero decir que el alquiler turístico es el desmadre que no cesa. No se somete a normativa ni al decoro ni al civismo, con lo cual es una estafa para el vecino de toda la vida, cuyo horario nunca puede ser esclavo del recreo de otros. Ahora, encima, van y se alquilan unos golfos que alquilan tanto albedrío salvaje. La estafa es doble estafa.

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