el batallón

El aplauso envenenado

Primero ovacionará a la Princesa cuando jure la Constitución en las Cortes y de seguido negociará su demolición en Waterloo

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Escena I. Con el entusiasmo y cadencia de un palmero de tablao por bulerías, el próximo martes aplaudirá en el Congreso a la Princesa de Asturias en su jura de fidelidad a la Constitución, al Rey y a los derechos de los españoles, según ... marca la Carta Magna en su artículo 61.2. No le acompañarán en esa ovación cerrada en el viejo caserón de las leyes de la carrera de San Jerónimo, claro, sus socios predilectos, proetarras e 'indepes' catalanes, entre otras cosas porque los que él ha elegido como costaleros para que lo lleven de nuevo en volandas a La Moncloa darán plantón a la que en su día será jefa del Estado, que es como la progresía se refiere siempre a la Reina de España. Y también porque si por ambos grupos fuera entrarían con un buldócer en el edificio constitucional, como en distintas épocas unos y otros trataron de hacer, tiro a tiro, golpe a golpe. Porque el Rey, como en su día lo será su hija, es «símbolo de su unidad y permanencia» del Estado español, y por ahí los socios no pasan.

Escena II. Después acudirá al Palacio Real, sede oficial de la Jefatura del Estado, a la prolongación institucional del evento. Y allí –con Begoña al lado (qué boda sin la tía Juana) y ante los Reyes– se ha anunciado que pronunciará unas seguro emocionadas y trascendentes palabras sobre la importancia de ese momento para España, que quizás estilísticamente estén a la altura de esa égloga a la cursilería que levantó, en imponente 'formato blablablá', el otro día con Yolanda en el Reina Sofía, cháchara tan afectadamente almibarada que hacía imposible su deglución sin atizarse un sol y sombra y que sea lo que Dios quiera. Pétreo parecerá de nuevo su rostro –la cara suele ser el espejo del alma– mientras suelta la penúltima afectada monserga, pues parece que Narciso crece un palmo cuando habla en palacio.

Escena III. Pasado el evento constitucional, volverá a sus (di)gestiones negociadoras con un fugado de la Justicia y lo peorcito del hemiciclo, en cuestión de decencia democrática, para ver cómo consigue su apoyo y procede a hacerse de vientre precisamente en el texto del 78, completando así su imposible tránsito hacia la responsabilidad y la revelación, otra vez, de la falta de principios del personaje, de la extrema vaporosidad de sus palabras, de la evanescencia de cualquier compromiso previo y de su incompatibilidad con el sentido de Estado. Porque vistas las exigencias de Puigdemont y su tropa (la nación catalana y la amnistía a los golpistas, por escrito, y el referéndum camuflado en un nuevo Estatut), si Sánchez acepta el trágala estará convirtiendo en papel mojado aquello a lo que la Princesa juró lealtad y que él tanto aplaudió. No hay otra manera de verlo. Luego ya vendrá Pumpido, con el espray difusor de fragancias ('Eau de sanchisme', 'Fleur du progrès' o 'Just for Peter') constitucionalizando el adefesio.

Epílogo. Si esto sucede, como parece, apenas nada quedará entonces del Estado de derecho y de la igualdad de los españoles. Será el eco devastador de aquel aplauso envenenado.

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