lente de aumento
¿Qué tal si fracasamos?
Hablan de la idea que concibieron, del esfuerzo con el que la levantaron, de la ilusión, de los miedos, de la curiosidad
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Iniciar sesiónCon Trump y Putin bailando la polka sobre una Europa en duelo y quebranto uno asiste a la entrega de los premios Lideremos en el auditorio del CaixaForum dispuesto a hacer de azafato, que es el truco bueno que esta plataforma de jóvenes para jóvenes ... ha encontrado para que sus mayores les hagamos de una puñetera vez caso: pasearnos.
Te subes al escenario, entregas el premio para el que te han comisionado y te bajas para asistir al verdadero espectáculo: escucharlos. Porque merece la pena hacerlo cuando en sus historias de éxito hay, magníficamente narrada por sus protagonistas, una enseñanza que esperas oír de gente que les dobla o triplica en años, nosotros, los de abajo, en la platea, mirándolos a ellos, dueños ya del escenario. Hablan sin papeles, premio en mano, de su historia de éxito, de la idea que concibieron, del esfuerzo con el que la levantaron, de la ilusión, de los miedos, del desparpajo, de la curiosidad, de la determinación y, ya tan jóvenes, dan un consejo en vez de un reclamo: el fracaso es no intentarlo.
Ya ven, apenas treintañeros y han aprendido que la primera acepción de fracaso es «malogro, resultado adverso de una empresa o negocio», pero también que es en la acción de fracasar donde uno encuentra la más certera de las definiciones: «dicho especialmente de una embarcación cuando ha tropezado con un escollo: romperse, hacerse pedazos y desmenuzarse».
Para fracasar hay que zarpar, partir del puerto en que estamos cómodamente atracados. Hoy supongo que diríamos abandonar la zona de confort y, con la malicia que me persigue, la de la subvención.
No hay fracaso sin intento, aventura, sueño, valor, interés, deseo. Eso vi en la proa de un auditorio repleto de autoridades, personalidades, familiares y periodistas que desde la orilla del auditorio del CaixaForum asistíamos al reconocimiento a unos jóvenes capitanes que narraban cómo decidieron un día levar anclas para emprender, que, otra vez nuestro diccionario, es «acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro».
No piden paso por ser jóvenes sino porque son buenos, muy buenos, mucho más que algunos de los que andábamos abajo de figurantes en un acto donde te sientes aprendiz y jamás maestro. No crean que el que teclea es un 'hooligan' del ser joven, ni me nubla un falso paternalismo. Ocurre que, ahora que andamos barrenando el mundo que nos dimos, me da que va siendo el momento de que escuchemos a quienes, como dijo uno de ellos, pertenecen a esa media España que tendrá que mantener a la otra media. No lo soltó como lamento sino como un deber adquirido y no renunciado. Eso, cuando andamos malcriando a toda una generación en un torrente de derechos y un goteo de responsabilidades, que un puñado de jóvenes que han alcanzado el éxito recuerden desde el escenario que el mayor fracaso es no intentar alcanzarlo es todo un recordatorio para sus mayores, ahora que andamos a cañonazos.
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