¡Viva el fiscal!
Un alivio escuchar la simple verdad: «Fue un golpe y Junqueras, su motor»
Durante los últimos dos años, el fatigoso victimismo separatista nos ha endilgado como desayuno, comida y cena las siguientes pamplinas (perfectamente amplificadas por los dadivosos medios de comunicación estatales, que no han perdido ocasión de dar bola a los apologistas del odio a España):
- ... En Cataluña no quedaba otra alternativa que desconectar de la legalidad española y declarar la República, debido a que Artur Mas, Junqueras y Puigdemont sacaron un día un dedo por la ventana del balcón del Palacio de Sant Jaume y descubrieron que así lo demandaba el pueblo catalán, del que son exegetas únicos.
-España roba a manos llenas a Cataluña, que si no sufriese las chorizadas de esa panda de vagos que son los andaluces, castellanos, gallegos y extremeños sería tan rica como Dinamarca. En cuanto se proclame la independencia, las empresas se darán de bofetadas por instalarse en Cataluña y la UE tenderá una alfombra roja al nuevo Estado.
-Junqueras es un hombre de paz, a medio camino entre el Dalai Lama y Juan XXIII. Aunque quiere separarse de España, ama entrañablemente a los españoles. La suya es una revolución de flores y pachuli, que destila tolerancia, buen rollo y sentido común.
-En el 1 de octubre, entrañable jornada democrática, un Estado franquistoide reprimió de modo brutal, a porrazo limpio y con «miles de heridos», al pueblo que simplemente expresaba su legítimo derecho a decidir. Declarar la independencia fue algo obligado, porque en aquella consulta -ilegal, sin censo, con urnas de bazar chino y gente que votó hasta seis veces- se impuso el «sí» por un 90% (otro milagro de san Junqueras, pues no existe encuesta que dé mayoría al separatismo).
-En octubre de 2017 no hubo violencia alguna, ni utilización de la Administración autonómica y sus fondos para subvertir la legalidad. Simplemente, eclosionó de manera espontánea «el sentir de un pueblo».
-El juicio en el Supremo ha convertido en «presos políticos» a unos probos servidores públicos, que no hicieron más que cumplir su deber y observar el mandato del referéndum de cartón piedra.
Tras soportar durante meses tal recital de julandronadas antijurídicas, resultó todo un alivio escuchar ayer el alegato de los fiscales del Supremo: hubo un golpe de Estado, «un ataque contra el orden Constitucional». Hubo una rebelión con todas las letras y su «motor» fue Junqueras, que llevaba «muchísimo tiempo preparándola». El «procés», por supuesto, se desarrolló con violencia (contra las cosas, con intimidación y con violencia física). Los fiscales expusieron verdades elementales, de primero de Derecho, pero que sumidos en nuestra empanada buenista casi sonaban revolucionarias.
(P.D.: Una lástima que Sánchez dejase su mota de polvo obligando ayer a la Abogacía del Estado a descartar el delito de rebelión, decisión jurídicamente anómala, que se tomó tan solo porque hace unos meses el presidente de España necesitaba el aval separatista para sostenerse en el poder).