En primera fila
El troleo tiene precio
Los diputados presos de JpC no se conforman con ser carne de propaganda y aspiran a tener voz propia frente a Puigdemont
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Iniciar sesiónCarles Puigdemont ha transformado a la antigua Convergència en el partido del troleo al Estado. No puede ofrecer otra cosa desde su exilio en Waterloo salvo la provocación y el intento de boicot a las instituciones españolas. A los ojos de los votantes independentistas que ... quieren irritar al resto de España puede que resulte suficiente. Pero ni es un proyecto político, ni llega a parecérsele. Y con lo que Puigdemont no contaba era con que el troleo le acabaría pasando factura.
La intención de reventar la democracia española fue la que llevó a Puigdemont a situar a tres encausados por el «procés» en las listas de JpC al Congreso. Ésa y la necesidad de buscar un reclamo que le permitiera recuperar un buen pellizco de votantes y, en consecuencia, de visibilidad y subvenciones. Pero no solo no consiguió nada de ello, sino que el 28 de abril JpC marcó un nuevo suelo electoral. Y ahora resulta que los tres presos no quieren ser solo un señuelo para los votantes, sino que aspiran a tener voz propia. ¡Qué atrevidos! La carta que Jordi Sànchez, Josep Rull y Jordi Turull enviaron el jueves pasado a su partido pidiendo la abstención para Pedro Sánchez, no solo abre el debate interno sino que coloca a la dirección a los pies de los caballos. Durante los últimos meses, distintos cargos se han llenado la boca alabando las andanzas de los tres presos, cebando la versión victimista de que han sido encarcelados y juzgados injustamente. Tanto han cebado la mentira que les han colocado casi al nivel de mártires, denunciando el fustigamiento de las instituciones españolas que les privaba de sus supuestos derechos políticos. Y no han dudado en argumentar su «no» a Pedro Sánchez precisamente por solidaridad con los propios encarcelados. Después de todo eso, paradojas de la vida, los presos advierten que lo que quieren es facilitar la investidura -creen que así podrán salir antes de la cárcel, pero eso queda muy feo decirlo- y es su partido el que se niega a recoger su intención de voto.
Así pues Puigdemont tendrá que compaginar durante los próximas días su labor como atracción turística en Waterloo con la búsqueda de una solución para esta inesperada crisis interna. Se encuentra ante un dilema. Si cambia la orden de votar «no» por «abstención», estará poniendo en entredicho su liderazgo y reconociendo que los encarcelados pueden hacerle sombra en el caudillaje moral del partido. Si no lo hace, demostrará que solo le importan como carne de propaganda política. No sería de extrañar que a los catalanes que han empatizado con la situación de los presos les llegara a la cabeza la imagen de Saturno devorando a sus hijos. No irán desencaminados. Si Puigdemont y Quim Torra estimaran a los tres presos tanto como dicen, habrían hecho algo tan simple como decidir con ellos el voto de la investidura. Al menos con Jordi Sànchez, como cabeza de lista al Congreso.
La división interna es la vía de sangrado más importante que los tres diputados encarcelados han abierto en JpC, pero no es la única. Quienes detesten a Puigdemont están de enhorabuena porque cada mes que éstos mantienen el escaño, su partido pierde casi 9.000 euros en subvenciones del Congreso. Un ahorrillo inesperado que seguro que no viene mal a la Cámara. Además, a todos los efectos, el partido catalán computa como una formación de cuatro diputados y no de los siete que tiene. No solo tienen tres votos menos, sino que su peso en el Parlamento se ha reducido casi a la mitad en todos los aspectos. Dentro del grupo hay quien empieza a decir que los presos no pueden condicionar la política del partido. Y es que, aunque no lo parecía, el troleo al Estado tiene precio.
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