Torra se va, Puigdemont se queda
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Iniciar sesiónPuigdemont se ha hartado de su comercial y le ha comunicado que no volverá a ser candidato. La ruptura se produjo cuando Torra anunció en el Parlament un segundo referendo de independencia como respuesta a la sentencia del Supremo sin haberlo consultado con nadie. Puigdemont ... quiere que Laura Borràs sea la próxima presidenta de la Generalitat.
Torra se ha buscado, por su parte, un final épico a bajo coste personal. A diferencia de Junqueras y de Puigdemont, que están pagando un alto precio por su gesticulación independentista -«gesticulación» porque siempre fue, además de estéril, vacía, y ellos eran los primeros que lo sabían-, el president habrá pasado por el más patriota de todos, por el mártir inhabilitado, sin haber tenido que soportar ningún tipo de penuria ni de sufrimiento y, por supuesto, sin haber acercado ni un solo milímetro a Cataluña a su independencia.
Su debilidad y su soledad son ahora totales. «Si de mí depende no habrá adelanto electoral», le ha dicho esta mañana a Jordi Basté en RAC1. La única prerrogativa indiscutible del presidente de la Generalitat es precisamente convocar elecciones y si Torra no tiene claro que la próxima convocatoria dependa de él, certifica que tiene asumido que está definitivamente fuera de combate.
Su grandilocuente autoinculpación en el juicio de las pancartas le llevará más pronto que tarde a la inhabilitación. Puigdemont volverá a exigir entonces a Roger Torrent, presidente del Parlament, y a ERC en general, que vulneren la Ley para investirle «president» a distancia. Otra escenificación para desgastar a los republicanos, para acusarles de vendidos y de traidores, y debilitarles en su carrera hacia la ansiada presidencia de la Generalitat.
En este contexto, Pedro Sánchez tendrá que ser explícito en su ofrecimiento a Esquerra si quiere que sus votos para la investidura. Como el PP con Vox, ERC tiene un complejo a veces de inferioridad y a veces incluso más patológico con los convergentes, que se han convertido en unos genios en el arte de ganar elecciones administrándolo del modo más cínico y cruel, pero efectivo.
Torra se va, Puigdemont se queda, y Junqueras tiene que decidir si se hace mayor, si entiende que no está en la cárcel «por culpa de España» sino por no haber sabido plantarse ante los convergentes, y por haberse dejado arrastrar por su complejo ante ellos; o si continúa, cuando cada momento decisivo llega, escondiéndose bajo la mesa, suplicando: «por favor, no me hagáis daño».
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