Solbes en el lado oscuro
AHORA tendría que dimitir, como Ramón Calderón. Y por los mismos motivos: por embustero o por incompetente, por mentir o por no enterarse, por tramposo o por ingenuo, por sus propias culpas o por asumir las ajenas. Después del desolador panorama que pintó el viernes, ... tras un año y medio de enconadas negativas de la evidencia -¿hace falta recordar su debate preelectoral con Pizarro, sus engoladas proclamas de que la crisis hipotecaria americana no afectaría a España?-, a Solbes sólo le queda la salida de la renuncia. Porque si no vio venir la catástrofe no merece seguir al frente de la economía española, y si la ocultó, aunque fuese por mandato de su jefe, tampoco puede permanecer en el Gobierno.
Quizá este abrupto reconocimiento de un horizonte pavoroso de recesión, déficit y paro sea el triste testamento del vicepresidente antes de retirarse o ser desplazado de un cargo cuya renovación no debió aceptar. Pudo haberse ido con decoro antes de que se hiciera patente el descalabro, cerrando su currículum con una legislatura próspera, y ahora aunque se vaya dejará una hoja de servicios capicúa, abrochada con el mismo horizonte de devastación social que dejó en el último mandato gonzalista. Con una tasa de desocupación creciente y un déficit casi similar al de entonces, pues no es difícil imaginar que ese 5,8 por 100 que admite para 2009 -el doble del máximo autorizado por el mortecino plan de estabilidad de la UE- acabará disparándose hasta cerca de un 7 si la destrucción de empleo supera las ya demoledoras previsiones finalmente reconocidas.
Probablemente Solbes lo sabía, o lo intuía, porque tiene el conocimiento suficiente para no despreciar los pronósticos unánimes y reiterados que vaticinaban lo que inevitablemente ha ocurrido. Calló acaso por un equívoco sentido de la lealtad política o por una pereza acomodaticia. Se plegó al optimismo trivial y forzoso del presidente, y aceptó a regañadientes la irresponsabilidad de sus designios dispendiosos: aquellos cuatrocientos euros de regalía inútil que devoraron el superávit, o este reciente maná autonómico de imposible cuadratura. Resignó su criterio y su función a los de un simple contable que se limita a advertir en privado los riesgos de operaciones temerarias, y ha acabado por apechar con el papel de cenizo obligado a dar cuenta a la nación de la tardía perspectiva de sangre, sudor y lágrimas que jamás asumirá en persona Zapatero.
Por eso ya no le queda más salida que marcharse. Este Solbes finalmente instalado en el lado oscuro ha proclamado una realidad mucho más cruda que aquella por la que otros fueron desaprensivamente tachados de antipatriotas. Que todos fuésemos conscientes del engaño no invalida la voluntad del fraude. Y aunque se sepa de quién es la responsabilidad de la voluntaria ceguera o del embuste masivo, los tragaculpas que han avalado su estrategia ya no pueden quedarse al margen. En su doble etapa de Gobierno, el vicepresidente económico pasará a la historia como el tipo al que se le hundió dos veces el país. He aquí un hombre para confiarle los ahorros.
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