SI BOBO, NO CONDUZCAS
«Si bebes, no conduzcas», aconsejaba el gran Stevie Wonder allá por el 89, cuando la DGT todavía no había convertido sus promocionales en un miniciclo de cine «gore» muy apreciado entre los aficionados al subgénero, pero de dudosa eficacia. Nadie como el autor de « ... Innervisions» para convencernos de que ponerte ciegos para sentarte después al volante no era una idea brillante. La frase, convertida en un clásico de la imaginería del siglo XX, ha sido subvertida por nuestros políticos. Ahora el lema sería: «Los que nos conducen nos toman por bebés, o por bobos».
Sólo atendiendo a la fiel aplicación de este principio se entiende la polémica estéril (últimamente estos dos términos no osan aparecer el uno sin el otro en la vida pública) escenificada hace unos días en el Parlamento de Cataluña. Pretendía CiU que se aprobara una propuesta para instalar alcoholímetros en los locales de ocio (no estaría mal extender la iniciativa a algunas tribunas públicas) que permitan a los clientes comprobar si están en condiciones, legales y físicas, de encontrar el embrague.
PSC, ERC e ICV, siempre unidos en la negación, rechazaron a coro la iniciativa. En este caso, es normal que los del tripartito se partan de risa, aunque sus argumentos son también de traca. Dicen que ya se ensayó una experiencia similar en los noventa y sólo consiguió despertar un «efecto competición». Los jóvenes ocupaban la barra libre para conseguir el índice más alto y poder contarlo (si la suerte acompañaba) al comienzo de la siguiente borrachera. No sé, por más que el razonamiento esté basado en un enfoque empírico, me parece endeble. Por la misma regla de tres tripartita podríamos probar a quitar los radares, por si provocan un efecto llamada a los conductores con alma de Alonso. Y ya puestos, debemos olvidar el carné por puntos, no sea que alguien piense que por llenar la cartilla con rapidez tiene descuento en el cambio de neumáticos.
Son ganas de zalear la polémica a ver si ladra, porque a nadie que se haya tomados dos copas, que siempre son de más, se le escapa, haya maquinita de la verdad por medio o no, que debería andar con cuidado, y nunca en coche, salvo que también se haya bebido el sentido común. El que finalmente se pone en marcha en esas condiciones es un gran insensato y, de momento, no hay control que mida el grado de estupidez en sangre, aunque sí hay vacuna: la vital educación, vial o a secas. Lo demás, son parches, algunos represivos y regresivos. Y punto muerto.
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