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José María Carrascal

Rita Barberá, in memoriam

De seguir viviendo, su vida iba a ser un calvario, un tormento, como fueron los últimos meses

José María Carrascal

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Voy a decir dos barbaridades. Pero cuando la realidad es bárbara, no hay más remedio que exponerla para que no se pudra y amplíe en el silencio. La primera barbaridad es que Rita Barberá eligió, si se elige, el mejor momento para morir. De seguir ... viviendo, su vida iba a ser un calvario, un tormento, como fueron los últimos meses. Incluso si el Tribunal Supremo la hubiera absuelto o el fiscal hubiese retirado los cargos al no haber pruebas suficientes, la persecución, el acoso, la cacería no iban a cesar. Al revés, se acentuarían al comprobar que se les había escapado la presa. No me estoy refiriendo a la Justicia, sino a quienes se creen por encima de ella y no respetan la presunción de inocencia ni otras normas elementales del Estado de Derecho desde una supuesta superioridad moral basada en la ideología. Si no la han respetado muerta, puede imaginarse lo que habrían hecho de haber seguido viva: la habrían linchado con sus escraches, sus insultos, sus agravios, como ya hicieron al salir de declarar ante el Supremo. Iban a hacerle la vida imposible, porque quienes confunden silencio con homenaje, ante la única realidad trascendente de la vida, que es la muerte, son incapaces, en su ruindad, de perdonar que alguien les haya derrotado durante un cuarto de siglo y que, junto con sus errores, haya cambiado para mejor su ciudad, a la que consagró su vida. Ese tormento se ha ahorrado Rita Barberá muriendo en un hotel de Madrid una fría mañana de noviembre.

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