El PERSISTENTE DILEMA SOCIALISTA
Gracias a la pista ofrecida por el estupendo ensayo de Enrique M. Ureña y José Manuel Vázquez Romero, «Giner de los Ríos y los krausistas alemanes. Correspondencia inédita» (Servicio de Publicaciones. Facultad de Derecho. Universidad Complutense, 2003), logré localizar lo que el gran economista, neohistoricismos ... aparte, Gustavo von Schmoller escribe en su nota «Johans Gottlieb Fichte. Eine Studie aus dem Gebiete der Ethik und der Nationalökonomie», publicado en el quinto tomo, de 1865, pág. 46, del «Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik»; «La filosofía del Derecho de Krause es la única concepción jurídica capaz de conciliar los ataques de un Proudhon contra la propiedad con la defensa de la propiedad como tal».
Este «doble lenguaje» a lo Orwell produce, de inmediato, dos efectos. Por una parte, el silencio ante los complicados problemas económicos que, como un dilema, se colocan delante del gobernante socialista. Keynes, en su artículo famoso, «El dilema socialista», consideraba que todo esto derivaba de que la cabeza aconsejaba una cosa y el corazón, otra. No creo que esto sea lo que explique que el presidente Zapatero despachase las cuestiones económicas en unas breves líneas de su discurso de investidura, y que en el XXXVI Congreso del PSOE fuese inútil buscar algo claro sobre política económica. La causa tiene que ser más profunda. Porque el otro efecto, y eso tiene que haber sido apreciado ya por las autoridades económicas, origina una doble consecuencia. En primer lugar, perplejidad empresarial, con todos sus derivados. ¿Es que era posible que las declaraciones de las ministras de la Vivienda, de Obras Públicas y de Medio Ambiente no frenasen la actividad en la construcción, o que creasen asombro en el mercado energético, o que concluyesen larvadas en los datos sobre el paro de agosto y en los de una inflación preocupante?
Y si fuese sólo eso, tendríamos que alegrarnos. Ya en la Transición, con sus obligados cambios de Gobierno, como explica cualquier politólogo y que se justificaban plenamente porque fue el paso pacífico, ejemplar, de un régimen político a otro, al generar ministros de Economía y de Hacienda con criterios diferentes, esas disparidades sucesivas de criterio provocan un notable freno en las inversiones, porque los empresarios no actúan con realidades borrosas ante sí.
Los efectos son malos en lo económico. También en lo político, porque decae la dignidad del Estado ante esta especie de contradanza de opiniones por parte de la Administración. Pero tiene una raíz profunda en la crisis ideológica del socialismo, que de nuevo se experimente con mucha fuerza en Europa.
La utopía socialista había experimentado ya seis embates. El primero fue el del hundimiento de ese socialismo utópico, de falansterianos, de cooperativistas, de saintsimonianos, de proudhonianos, a manos del rigor de Marx. El segundo choque, como ya tenemos bien documentado, fue el preparado por los marginalistas que hicieron que éste no acertase a concluir su obra magna, «El Capital». Desgraciadamente, había muerto cuando Barone publicó en el «Giornale degli Economisti» un ensayo para intentar salvar algunas de esas contradicciones. La tercera, simultánea, fue el combate, ciertamente feroz, entre seguidores de Marx y Bakunin en la III Internacional. El cuarto fue el revisionismo marxista expuesto en la revista socialista «Die Neue Zeit» a finales del siglo XIX por Bernstein, con el amparo del inicial socialismo inglés de la Sociedad Fabiana, del que se va a derivar nada menos que la reacción de Rosa Luxemburgo que concluirá en un espartaquismo sin salida, y de Lenin, que en medio de mil polémicas, llegará con Stalin al famoso «despotismo oriental», como señaló Wittfogel, y que concluirá con la catástrofe, finalizada en 1989, del mundo socialista capitaneado por Moscú. El quinto fue el hundimiento, en el periodo que transcurre de 1967 a 1977 a manos muy fundamentalmente de la Escuela de Chicago de Economía del mensaje de la socialdemocracia derivado de Bernstein. Había el socialismo renunciado a Marx, pero parecía haber encontrado refugio en un postkeynesianismo ligado al Estado de Bienestar del que ahora era expulsado, so pena de crisis económica. El sexto se genera ahora mismo, al intentar cohonestar un posibilismo muy limitado de acción social con una búsqueda absurda del mantenimiento de unas ideas en las que los militantes aun siguen pensando mayoritariamente. Porque una buena parte de éste aun comulga con Proudhon en que la «propiedad es un robo»; con Marx en que la concentración capitalista es imparable y esencialmente perversa; con Bakunin, en que existen posibilidades para el mito del federalismo; con Stalin, en la creencia en las ventajas de un sistema de planificación central y, derivado de la Guerra Fría, en que los Estados Unidos son odiosos; finalmente, con los fabianos y socialdemócratas keynesianos, en la creencia de las mágicas bondades, como decía Stackelberg, derivadas del déficit del Sector Público y en que el Estado de Bienestar debe estar presidido por el que podríamos denominar -para desesperación de éste que lo mencionó irónicamente-, principio de Lindbeck: «Siempre más, nunca bastante».
En estos momentos el PSOE se ve esencialmente agitado por el choque entre una línea doctrinal en la que se refugian, no sólo buena parte de sus militantes, sino que es la que domina en los partidos, incluido el PSC, que hacen posible que permanezca en el Gobierno, y la que impera en el único país en el que los socialistas obtienen buenos resultados económicos: Gran Bretaña. Este país nos supera claramente, en este año, en el incremento del PIB, en empleo -tiene un 4,7% de paro en julio de 2004-, en IPC -frente a nuestro 3,3% anual en agosto de 2004, el británico es 1,3%- y en precios al productor, un 2,6% en tasa anual en agosto de 2004, frente al 4,1% español en julio de 2004.
La superación lleva al lenguaje, sistemáticamente contradictorio, que Schmoller reprochaba a Krause, y a la búsqueda de sentido en un anticlericalismo ramplón y en un ataque a las bases esenciales de la sociedad española. Sin por lo menos esto, consta que inmediatamente el intento de tener una buena economía significaría perder el Gobierno. Conviene reflexionar sobre todo esto.
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