Tiempo recobrado

No aplaudan, por favor

La Pasión es inefable, no se puede expresar con palabras

Escribe John Eliot Gardiner que la «Pasión según San Mateo» de Bach es uno de los más grandes dramas jamás representados y resalta su «colosal fuerza imaginativa». Se pueden agotar todos los adjetivos sobre esta obra que muchos críticos consideran la cumbre de la historia ... de la música.

Nada de ello resulta útil para explicar la emoción que se siente al escuchar esta Pasión, estrenada en 1729 en la iglesia de Santo Tomás en Leipzig, que sería la voz con la que Dios hablara a la humanidad si algún día se decidiera a hacerlo.

El pasado viernes escuche sobrecogido en el Auditorio Nacional la versión de la orquesta de cámara London&Vienna, dirigida por Ilia Korol, casi tres horas de una música que se te hace pasar del éxtasis a contener el llanto.

Bach trabajó muchos años y realizó numerosas rectificaciones para componer esta Pasión, en la que pegaba tiras en los pasajes de la partitura que iba modificando. Probablemente la pieza habría caído en el olvido si Mendelssohn no la hubiera rescatado un siglo después de su estreno.

He escuchado la Pasión decenas veces, en más ocasiones que el propio Bach, lo que no deja de ser una paradoja. Y siempre me he preguntado qué hace diferente a esta obra. La respuesta está delante de la vista: el compositor pretendía no sólo alcanzar la perfección formal sino que además quería que los oyentes viviesen en sus corazones la detención, el juicio y la crucifixión de Jesús.

Bach nos interpela, nos hace sentirnos miserables cuando el coro responde que es culpable a instancias de Pilatos, y luego nos conmueve cuando Cristo se ofrece como víctima indefensa y sufriente para expiar los pecados de la humanidad.

Jamás el arte ha podido alcanzar una fusión tan perfecta entre la estética y los sentimientos, de suerte que la Pasión está concebida no como un acto litúrgico sino como una experiencia personal, como un viaje hacia el alma humana, redimida por la grandeza de Cristo.

Me encontré a Manuel Marchena, el presidente de la Sala de lo Penal del Supremo, en el descanso y estaba tan conmovido como yo. Me dijo que en Alemania el director había obligado a la orquesta en alguna ocasión a repetir pasajes por no adecuarse al dramatismo de la composición. Y añadió que hay lugares donde no se aplaude al final de la interpretación como muestra de respeto y recogimiento interior.

No me extraña porque, mucho más allá de su género, la Pasión es la obra que pone broche de oro al misticismo que nace en Thomas Müntzer, prosigue con Santa Teresa y San Juan de la Cruz y concluye en Swedenborg. Probablemente a eso se refiere Gardiner cuando apunta que lo más importante es lo que se deja sin decir.

Como toda gran creación, la Pasión es inefable, no se puede expresar con palabras, aunque el texto de Lutero al que Bach recurrió es de una enorme belleza lírica e intensidad dramática. Por ello, como comentaba Marchena, no aplaudan, por favor, cuando la escuchen.

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