Sánchez se enmienda a sí mismo

Teóricamente Sánchez asume la crisis de Gobierno para impulsar un cambio de ciclo que reactive al PSOE electoralmente hacia una precampaña eterna de dos años

La remodelación del Gobierno que ha acometido Pedro Sánchez, confirmando así los rumores de las últimas semanas y desmintiéndose una vez más a sí mismo, no es una crisis cosmética, sino producto del enorme desgaste que el jefe del Ejecutivo nunca a ha reconocido con ... autocrítica por la gestión de la pandemia. Es, sobre todo, producto del creciente desencanto en sectores del PSOE con la deriva soberanista emprendida por Sánchez para garantizarse la legislatura, y un intento de reactivar una movilización en una izquierda electoral defraudada con Podemos y a la que el socialismo no arranca ningún voto. La crisis de Gobierno es un nuevo intento de reinvención de Sánchez, un intento de poner orden interno en un Gabinete desguazado entre ministros que se critican entre sí, que mantienen pulsos en público y a plena luz del día, o incluso, entre ministros que se desprecian personalmente. Hace tiempo que se había deteriorado gravemente la convivencia orgánica de este Gobierno, tanto en la mesa del Consejo de Ministros, como en la propia coalición entre dos partidos que desconfían uno del otro, y que si están en una coalición de Gobierno es por uro instinto de supervivencia y no por encarnar un proyecto común salvo el de ceder al separatismo. En lo demás, las discrepancias han llegado a un punto de no retorno, y la ridiculización que hizo hace tres día Sánchez del ministro Alberto Garzón es más que sintomática.

Teóricamente Sánchez asume la crisis de Gobierno para impulsar un cambio de ciclo que reactive al PSOE electoralmente hacia una precampaña eterna de dos años. En su momento vendió sonrisas y gestión. Ahora necesita recuperar mucho crédito perdido y por eso rectifica por primera vez desde que firmó con Pablo Iglesias la coalición de Gobierno. Nadie en el PSOE ni en La Moncloa puede sustraerse a la evidencia de que los dos últimos resultados han sido demoledores para Sánchez. Primero, los del 14 de febrero en Cataluña, donde la apuesta por Salvador Illa era decidida. Ganó los comicios, pero no gobierna, y ese era el objetivo primordial. Por tanto, un primer fracaso de una apuesta directa, personal e intransferible de Sánchez, sacrificando al que hasta entonces había sido el ministro de la pandemia, y que paradójicamente, pese a estar quemado a nivel nacional, resultó ser un óptimo cabeza de lista en Cataluña. Sin embargo, en términos de poder, es una apuesta perdida por Sánchez.

Segundo, los resultados del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid, donde el PSOE, por primera vez en la historia, fue superado por Más Madrid y relegado a convertirse en tercera fuerza política. La demolición progresiva de Podemos no fue suficiente. Al contrario, Sánchez no solo no recuperó un solo voto, sino que tuvo una fuga hacia el PP calculada en 100.000 votantes. Eso encendió las alarmas en Ferraz y en La Moncloa por más que quisiese manejar los tiempos y acelerar las negociaciones con el independentismo a través de los indultos.

La salida de Carmen Calvo y la confirmación de Nadia Calviño como vicepresidenta primera supone una enmienda de Sánchez a sí mismo. Desgastada por sus enfrentamientos continuos con Iván Redondo, Calvo hace tiempo que dejó de influir en la gestión política del Gobierno y en la coordinación entre ministros. Los conflictos han sido constantes en los últimos meses, especialmente con los supervivientes ministros de Podemos. No obstante, y en esa pugna sistémica que mantiene Calviño con Yolanda Díaz, como antes la mantuvo con Pablo Iglesias, el mensaje que envía Sánchez es nítido. Priman las condiciones que impone la Unión Europea para la llegada de fondos económicos a España y priman las reformas profundas que exige Bruselas. La atribución de una autoridad plenipotenciaria a Calviño dice mucho de las intenciones de Sánchez de priorizar la recuperación económica, porque es por el bolsillo por donde el PSOE está perdiendo votos cruciales.

También es relevante la salida de González Laya, una ministra desacreditada con una política exterior manifiestamente mejorable. La gestión de la crisis de Marruecos ha sido solo la puntilla de una gestión ineficaz para la pretensión de Sánchez de acrecentar la presencia e influencia española tanto en Europa como en el resto del mundo. Es indudable que el ninguneo de la Administración Biden y la caótica credibilidad de España en la alta diplomacia internacional han castigado sobremanera a González Laya. El ascenso de un ‘fontanero’ como Félix Bolaños es, en cambio, un reconocimiento personal a quien, no obstante, ha fracasado en operaciones cruciales para el PSOE como la presentación de una moción de censura en Murcia a través de una alianza con Ciudadanos que restase poder autonómico al PP, o como la negociación de la renovación de órganos constitucionales con el PP, como el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional.

Sin embargo, Sánchez confía a Bolaños una función de coordinación entre Ministerios y el control del Parlamento desde La Moncloa. Bolaños se convierte así en el nuevo ‘hombre fuerte’ de Sánchez. Desde esta perspectiva, resulta especialmente llamativa la sustitución de Iván Redondo como jefe de gabinete de Sánchez, porque se había convertido en el alter ego del presidente, pero su papel había sido tan discutido internamente en el propio PSOE que había convertido cualquier futura estrategia electoral en insostenible. La salida de Redondo supone un gesto interno en clave orgánica hacia la dirección del PSOE -José Luis Abalos y Adriana Lastra en especial, aunque Ábalos sufre un duro golpe personal con la salida también del Gobierno- y una rectificación drástica de la estrategia ante futuros comicios. Todo es demostrativo de que la atmósfera ya era irrespirable en Moncloa y en el PSOE, y que los pronósticos demoscópicos internos de Sánchez apuntan a desoladores.

La entrada de Óscar López, antiguo número dos de José Blanco en la secretaría de organización del PSOE durante la etapa de Rodríguez Zapatero, tiene asimismo un mensaje en clave interna y electoral. Recuperado por Sánchez -inicialmente López nunca apoyó a Sánchez como secretario general y fue confinado en Castilla y León hasta que fue semi-indultado y premiado con la dirección general de Paradores-, aspira a convertirse ahora en el principal estratega electoral del partido, donde ha recuperado crédito. Sánchez vuelve la vista al partido con López y dará un volantazo al Gobierno con Bolaños.

Los ceses de Campo en Justicia, de Pedro Duque en Ciencia, de Ábalos en Fomento, o de Celaa en Educación, caen también por su propio peso y por el brutal desgaste asumido durante meses. Incluso, su imagen pública lastraba ya al PSOE.Salvo Ábalos, todos los demás eran sencillamente peones sin perfil ni peso político alguno.

La realidad virtual del Gobierno bonito, el Gobierno de las sonrisas del que hablaba la ministra portavoz días atrás, el Gobierno de la mercadotécnica demagógica, el de los inventos propagandísticos, cae por su propio peso. Ha dejado de ser eficaz para ese Sánchez que ha mentido con desparpajo, que se ha rectificado a sí mismo como si esa táctica no tuviese coste, y que ha visto cómo se proyecto, hasta ahora, se basaba en una crisis profunda que ya nadie podía negar en La Moncloa. A Sánchez solo le ha faltado destituirse a sí mismo.

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