Suscribete a
ABC Premium

Ir por lana

Arrastrado, más que por propia voluntad, fui a un bingo hace muchos años, con una pareja de amigos. Él también iba arrastrado, por su novia. Dejé claro que sólo estaba dispuesto a jugar dos mil pesetas. Ella se plantó a la mesa y pidió dos ... cartones. Perdió las primeras cuatrocientas rubias. Yo perdí doscientas. Ella pidió más cartones. Al poco del segundo sorteo cantó línea. Repusimos lo perdido -íbamos en sociedad- y aún nos sobraban dos mil pesetas. Propuse que nos levantáramos y nos fuéramos a gastar lo ganado. Ella insistía en seguir. Pidió más cartones. Canté bingo. Cobramos 17.000 pesetas. Dividí entre tres. Ella quería más bingos. Les dije que los esperaba en el bar de al lado y me largué con mis mil duros limpios. A la hora y pico, cuando ya me iba, llegaron los dos. Me pidieron que los invitara a tomar algo: habían gastado todo lo que jugaron y todo lo que habían ganado. Ella dijo que volvería al día siguiente. No sé lo que hicieron, pero yo no volví más.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia