La barbitúrica de la semana
Sacar un pie de lo trágico
El mundo parece incompleto, como si nos hubiésemos dejado algo en el tintero, incluso a pesar del reencuentro tras la pandemia
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Iniciar sesiónTiene razón Daniel Pennac cuando dice que el humor resucita y que la risa nos mete de nuevo en la vida. Quienes saben usarlo son capaces de sacar un pie de lo trágico. Estas cosas vienen a mi mente mientras cruzo el paseo de Coches ... del parque del Retiro, que en estos días está lleno de personas que compran y venden libros. Y algunas que hasta los leen.
Allá va Paca, la editora de Periférica, a la que aún me cuesta ver sin la compañía de Julián Rodríguez, incluso aunque hayan pasado ya dos años desde su muerte. Me topo también con Gerardo, Melca y Blanca, de Alfaguara y Lumen, y con Miguel Aguilar. Si hasta siento que en cualquier momento aparecerá Claudio López Lamadrid, el editor que nos enseñó a leer a Sergio Pitol, y a Zurita, y a Ellroy, y a Foster Wallace... Incluso puede que esta mañana me cruce con Belén Bermejo en la caseta de Espasa. Seguro que ella reiría tal y como lo hacía antes de que el cáncer le arrancara el pelo y la sonrisa.
En este domingo de feria, el parque luce incompleto, a pesar del aforo del 90 por ciento. Está lleno de árboles, titiriteros y tenderetes en los que las cubiertas de los libros refulgen como si el sol les sacara brillo. Está todo, pero falta todavía una parte. Al mundo le falta un trozo, algo parece haber quedado en el tintero, incluso aunque volvamos a vernos después de un tiempo, que, justamente por pandémico, parece más lento y más largo. Ignoro de dónde proviene la extrañeza o qué la origina. No son las mascarillas, tampoco ese viento de otoño en una feria que normalmente anticipa el verano. Aun siéndolos, no son exactamente esos los motivos por los que recorro la feria como si me apoyara en una pata de palo.
Lo que ocurre es algo aún más simple e irrevocable: llevamos tanto sin juntarnos que hasta parece que hemos vuelto al mundo que ya parecía lejano antes de la pandemia, ese lugar en el que aún no faltaba nadie. Esta mañana de domingo me descubro esperando a gente que no va a volver, gente que se fue, como escribió David Gistau en aquel libro cuyo aire premonitorio la vida nos podía haber ahorrado.
De pie ante la puerta de la Casa de Fieras, espero a quienes han pasado por este parque y por mi vida, por mi biblioteca y mis lecturas. Entonces recuerdo a Pennac y su sonrisa de dientes herbívoros. Casi separo en sílabas su teoría de que el escritor no busca resucitar a los que se han ido, sino contar sus vidas. Y puede que por eso entre y salga del recuerdo de a quienes echo de menos.
El cambio no se mide en años, sino en ausencias, en esa sucesión de los lugares en los que aún esperamos a los que ya no pueden volver. Y justo cuando me parece que me voy a partir la cabeza contra la realidad, porque a fin de cuentas nadie regresa de la muerte, una bandada de lectores interrumpe mis recuerdos. Entonces saco un pie de lo trágico y me meto, como dice Pennac, otra vez en la vida
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