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Hermann Tertsch

Juncker, el faraón suicida

Está en marcha la rebelión contra su despotismo europeísta

Hermann Tertsch

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Si no nos tuviera acostumbrados a verle besar la calva a sus interlocutores, tirar de la corbata a dignatarios extranjeros o regañar a camareros porque se olvidan de su copa, habría cundido el pánico ante los planes de reforma de la UE expuestos hace unos días por el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker . Porque es todo un arrebato de «soluciones imaginativas», como llamaba Javier Pradera a las ocurrencias suicidas. Parece un plan para convocar una larga cola de países candidatos del EXIT que sigan al Reino Unido. En descargo del viejo presidente hay que recordar que vive en un mundo especial del privilegio público y privado. Juncker es un europeista en una burbuja que nada tiene ya que ver con Europa. Sino con una inmensa oficina de empleados privilegiados, sobrevalorados e hiperremunerados, cuyo máximo celo y vocación están en preservar y aumentar esa oficina que preside Juncker y que financian todos los pobres europeos cada vez menos europeístas.

En realidad es un escándalo pero a nadie puede extrañar que entre las propuestas de Juncker una de las primeras fuera pedir más dinero de los países miembros para el aparato de la Unión Europea, con su comisión, su parlamento y su ingente, desbordante, insaciable y expansiva burocracia. Es una fábrica de injerencias en las naciones y los individuos y ha creado un monstruo regulatorio y controlador que hace cada vez menos libres y más pobres a los europeos que pagan. Pero Juncker quiere más. Como no fue suficiente el desastre de mantener a Grecia dentro del euro y la crónica precariedad resultante que solo disimula un BCE con la máquina de trucos de Mario Draghi, Juncker propone la ampliación del euro a todos los 27 países miembros de la UE. A compartir todos las miserias de todos, incluidas economías como las de Rumanía y Bulgaria. Con el endeudamiento de tantos. Además quiere un ministro de finanzas para que no le molesten intereses nacionales.

También quiere expandir el espacio de Schengen a los 27 para que desaparezcan los pocos controles que hay cuando realmente comienza la lucha contra el islamismo radical en todo el continente. Juncker quiere más dinero y más poder para la Comisión. Quiere más dinero para la UE pero también para el Estado de bienestar de los miembros y, ¡por supuesto! para la inmigración porque debemos ser generosos. E imponer por la fuerza a países que se resisten dicha inmigración para transformar sus sociedades nacionales en su composición étnica, cultural y religiosa. Todo el que no apruebe sus propuestas, será tachado por Juncker de antieuropeo y sospechoso de ultraderechismo. Prietas las filas, nos dice. Que ya llegará él a montar un cambalache con Alemania y Francia para perpetuar el engaño. Pero el engañado es él, Juncker. Está en marcha la rebelión contra ese europeísmo del despotismo menos ilustrado que cínico que representa hoy el presidente de la Comisión con sus faraónicos planes de hundir Europa brindando con champán.

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