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Finiquitud en el lodazal

La confusión de valores lleva a una inversión malsana de prioridades

Hermann Tertsch

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En esta sociedad desarrollada, en la que se sale del mundo de los vivos por la puerta de atrás de asépticos tanatorios de extrarradio y discretos crematorios entre arbolado, la ausencia de la muerte de la vida cotidiana crea una falsa percepción de perennidad. Todos ... actuamos como si fuéramos a estar por aquí no ya una vida, sino varias o muchas seguidas. Hoy ya no nos sucede lo que a todos nuestros antepasados hasta hace muy poco, que veían cómo sufrían y morían las gentes de su entorno directo en su inmediata presencia. Por eso nos comportamos como si no pudiéramos morir en el mismo instante este en que se escribe o se lee esta frase. Como si nuestra existencia no fuera un soplo en el que con máxima concentración, vocación, estudio y amor apenas logramos entender un guiño del misterio de la existencia en esta mota de polvo del universo que es este planeta. Como si tuviéramos tiempo. Hace mucho que no hemos sufrido una guerra. Prioridades, jerarquías y valores están confundidos, trastornados u olvidados. Porque abolido Dios y desaparecido el duelo para la cotidianidad de una mayoría, se nos olvida que somos finitos. No sentimos ese hecho trascendental y ya no percibimos la infinita fragilidad del ser humano, la conciencia que da valor a la vida y al tiempo.

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