La alberca
El derecho al dolor
ETA cree que abusó un poco de su «derecho» a asesinar, ¡qué asesinos más honrados!
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Iniciar sesiónOtegui es un tragahombres del parchís, el polichinela de la ETA. Sus cualidades neuronales le han arrinconado siempre en los puestos menores de la banda para ejercer el inestimable papel de marioneta de los pistoleros. Lo dice su expediente académico: secuestró a un empresario, trató ... de reorganizar Batasuna a las órdenes de los carniceros encapuchados que le dan de comer y está inhabilitado para el sufragio pasivo hasta 2021 por pertenencia a una organización terrorista. Su currículum es, como puede apreciarse, un ejemplo de excelencia criminal lograda desde la indigencia intelectual. Pero resulta que los votos del 0,99 por ciento de los españoles que fueron a las urnas son ahora decisivos para mantener al doctor Sánchez Pérez-Castejón en su célica vidorra. Por eso TVE ha entrevistado al baladrón abertzale un día antes de la celebración en el Congreso de los Diputados de un homenaje a las víctimas de ETA. Ahora vuelvo, que tengo que ir al baño.
Alrededor de la entrevista a este espantajo de higuera se ha suscitado una polémica periodística tontorrona. De un lado están los que defienden que no se le puede dar un altavoz en una televisión pública a un delincuente. Y de otro, como siempre, están los moralistas que nos explican desde su atalaya de infalibilidad que el periodismo puro ha de estar allí donde esté la noticia y que Otegui, nos guste o no, es noticia. Hasta este punto de su discurso yo estoy de acuerdo, pero me da vómitos el silencio que siempre viene a continuación. Por supuesto que el periodista tiene que estar donde esté la noticia, pero con arreglo a unos principios éticos. Siempre me ha sorprendido que la progresía mediática, normalmente aficionada a la aplicación de controles y normas en casi todos los ámbitos de la sociedad, fundamentalmente el económico, defienda con tanto afán el periodismo salvaje sin reglas. Eso es algo que me alucina, por ejemplo, del tal Follonero, que lleva años impartiendo doctrina moralista desde su tribuna televisiva con reportajes abiertamente manoseados en los que los grandes empresarios siempre se presentan como gánsteres y los populistas como salvadores, pero que sienta en su plató a ladrones, terroristas o dictadores bajo la justificación de que está regalándonos un documento periodístico y sólo les hace preguntitas melosas. Ahí es donde está exactamente el escándalo con la entrevista a Otegui.
En ningún país decente la televisión pública puede sentar a un condenado por terrorismo ante la audiencia y permitirle que diga -¡qué honrados estos asesinos!-, que siente mucho haber «generado más dolor a las víctimas del necesario o del que teníamos derecho a hacer». Si el periodista continúa la entrevista a partir de ese momento sin parar los pies al OO7 vascongado con licencia para matar, ese diálogo se convierte en una humillación para la sociedad al que ese medio supuestamente ha de servir. El discurso oprobioso de la coartada política de ETA no cabe en nuestras instituciones democráticas porque ese relato infame que trata de equiparar la acción de un estado de derecho con la de una banda terrorista, esa apelación ultrajante a «las otras violencias» que esgrimen los que se han jubilado de las pistolas y de las bombas lapa frente a quienes sólo pudieron poner la nuca, es una ofensa a la dignidad de España. Otegui es un ogro de un solo ojo, un polifemo perturbado que ve el mundo por su única pupila podrida. De él, por tanto, sólo cabe tener compasión porque es un pobre desgraciado. Pero a quienes lo han invitado a la tele hay que maldecirlos sin complejos porque entre «las otras violencias» que denuncian los verdugos, la más asquerosa es la que se lleva a cabo con el dinero de las propias víctimas, que sí tienen todo el derecho a ahorrarse este dolor. O peor: esta tortura.
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