El contrapunto
En defensa de la maternidad
Ahora resulta que ser madre es la peor manifestación del heteropatriarcado opresor bajo cuya férula, dicen, languidecemos
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Iniciar sesiónAhora resulta que ser madre es una especie de losa que aplasta a la mujer, yugula sus aspiraciones y anula su sacrosanta igualdad con el varón, de lo que se infiere que el día dedicado a ellas es una fecha políticamente incorrecta. El ejercicio de ... esa potestad exclusivamente femenina, dicen, es una manifestación más, acaso la peor, de ese heteropatriarcado opresor bajo cuya férula languidecemos. Una condena. Esa forma de contemplar la maternidad como una carga penosa, incompatible con el pleno desarrollo personal y con la libertad, es una de las «aportaciones» del ultrafeminismo en boga a la articulación del pensamiento colectivo. Y se trata de una visión tan negativa, tan alejada de la realidad, tan devastadora en sus efectos demográficos y tan injusta para las propias mujeres jóvenes, abrumadas por temores infundados, que ha llegado la hora de combatirla de frente. Porque es simple y llanamente mentira.
De todas las experiencias acumuladas a lo largo de mi existencia, ninguna resulta comparable a la dicha de tener dos hijos. Ni el periodismo, ni la literatura, ni el compromiso por las libertades, ni siquiera el contacto con los amigos. La maternidad no solo no ha impedido el desarrollo de todas esas actividades, sino que las ha enriquecido de un modo natural, al dotarlas de un sentido trascendente que iba más allá de lo inmediato, del aquí y el ahora, del egocentrismo hedonista estéril que domina hoy la forma de plantearnos la vida. Ser madre me ha convertido, creo, en mejor persona, mejor periodista, mejor escritora y mejor amiga. Pero, por encima de todo, ser madre me ha hecho ser infinitamente más feliz. Lo reivindico con orgullo, aun a riesgo de ser tildada de «facha», porque no hay trabajo más honroso que el de criar a tus hijos ni satisfacción mayor que la de verlos convertidos en gentes de bien. Lo proclamo, además, con la frente bien alta, sabiendo lo que significa conciliar un trabajo frenético con el cuidado de dos niños. Y lo hago en calidad de feminista de viejo cuño en sentido estricto, devota de ese credo antaño respetable por combatir la discriminación en lugar de pedir que se practicara en sentido inverso.
Escribo sin haber leído un solo libro de los muchos que se publican para enseñarnos a cumplir una función tan antigua como nuestra especie. ¡Qué atrevimiento! Oso desafiar a quienes afirman, armadas de prejuicios, que ser madre se ha tornado una hazaña prodigiosa desde que la mujer se ha incorporado al mercado laboral. ¡Oh proeza! Como si tal cosa hubiese acaecido ayer, de repente, y nuestras abuelas no hubieran atendido a las labores del campo, el ganado, la casa y la familia numerosa, sin otra ayuda que la de sus fuerzas. Hoy proliferan los tutoriales en internet, las «coach» especializadas e incluso las que ganan fama exhibiendo, cual trofeo, los fracasos y culpas inherentes a su condición de «madrastras». La maternidad está de moda, únicamente para denigrarla. Las mismas que asumen el presunto derecho al aborto como una conquista intocable olvidan reivindicar el derecho inalienable de toda mujer a ser madre, y solo ahora empiezan los partidos de centro-derecha a plantear la cuestión en sus programas, formulando medidas de apoyo concretas. Como en tantas otras cuestiones, se empieza a dar la batalla política, pero falta la ideológica. Porque la sobrerrepresentación de la izquierda en los medios de comunicación es tal, que únicamente se oye en ellos la voz del feminismo extremo, cuya imagen de la mujer semeja a la suya propia: enfadada con el mundo y demasiado a menudo estridente.
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