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El burladero

Bienvenido a España, presidente Guaidó

Resulta desesperanzador que las autoridades españolas se alineen con los sátrapas del chavismo

Carlos Herrera

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Guaidó, el presidente reconocido de Venezuela por el Reino de España, ha tenido la duda razonable de venir a España o no hacerlo. Le ha recibido el primer ministro británico, se ha reunido con la canciller alemana Merkel, le ha respaldado la Europa oficial y, ... al llegar a nuestro país, las reticencias del Gobierno se han traducido en que le reciba la ministra de Exteriores. No Pedro Sánchez, presidente del Gobierno que le reconoció en su día con moderado entusiasmo, no, la ministra recién nombrada y gracias. Es comprensible que un cargo como el de Guaidó, nacido de la lucha democrática contra un sátrapa enfermizo como Maduro, tuviera dudas de pisar suelo español. Se comprende que dijera que allá donde no son bien recibidos era mejor no aparecer. No obstante, la presencia masiva de venezolanos en España ha aconsejado que el presidente encargado se deje caer por un país como el nuestro para manifestarse en contra del régimen bolivariano y a favor de todos los exiliados que han huido de las garras de la tiranía de los hijos de Chávez. Guaidó debe estar con ellos, independientemente de los desplantes de los bolivarianos del Gobierno español. Entiendo las reticencias de visitar España y de hacerlo ante un gobierno timorato y desleal, pero los miles de trasterrados merecen su visita y será más que adecuado que la Puerta del Sol se vea reventada por aquellos que han escapado de la garra del comunismo paleto que ha dilapidado, hundido y arruinado un país de grandes posibilidades como Venezuela. Es comprensible que una autoridad como la que representa Guaidó tenga reticencias de acudir a un país en el que gobierna una coalición en la que tiene peso una formación que ha aconsejado, guiado y colaborado con los sátrapas que han destrozado literalmente una próspera sociedad como la venezolana, pero quienes han huido de la miseria comunista cubanoide merecen el consuelo de la presencia de la única esperanza, por menguada que resulte, de restitución de su soberanía elemental.

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