El aliento de su ejemplo
El fallecimiento de Sabino Fernández Campo supone una inmensa pérdida para Asturias y para España. Era una de esas raras personalidades que, ya en vida, cobra proyección histórica. Tendrá, sin embargo, que transcurrir aún algún tiempo para que los españoles puedan calibrar adecuadamente su extraordinaria ... contribución a la España moderna.
Conocí a Sabino de la mano del profesor Uría y de mi padre, allá por los finales de los años setenta, en plena transición política. Nunca les agradeceré bastante el haberme facilitado lo que fue una verdadera inmersión en un pozo de sabiduría y sentido común. Tuve la gran fortuna de repetir, en aquella época y en no pocas ocasiones, esos encuentros, normalmente los cuatro alrededor de la mesa para almorzar. Cada reunión era un verdadero descubrimiento que, para una persona como yo, que daba, entonces, los primeros pasos en la vida pública, supuso un curso de formación profesional acelerada en las complejidades y sutilezas de la política española. Me sorprendió, entonces, de Sabino su clara inteligencia, que se dirigía como un rayo láser al meollo de los problemas; su perspectiva para situar cada cuestión en el marco de una trayectoria histórica y su sutil sentido del humor; una ironía distante, llena de ingenio y que surgía de dentro para esquivar así cualquier tentación de gravedad pomposa.
En los más de treinta años transcurridos, desde aquellos primeros encuentros, tuve la fortuna de seguir coincidiendo con Sabino en muy diversos ámbitos. No recuerdo ocasión alguna en la que no surgiera una reflexión atinada sobre la cambiante realidad de nuestro país. Su familia, sus hijos y, muy especialmente, Mª Teresa tienen muchos motivos para sentir un profundo orgullo y, a los que nos consideramos sus amigos, nos queda el estímulo y el aliento que representa su ejemplo.
Ver comentarios