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La Alberca

La posverdad de ETA

La traición del Gobierno a la Historia ha permitido a los asesinos venderse como víctimas del Estado de derecho

Alberto García Reyes

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No hay derecho, ni de expresión ni de opinión ni de pensamiento, que pueda sostenerse sobre la muerte. Los participantes en las concentraciones de los pueblos del cansino chirimiri de sangre dejaron ayer en el asfalto las marcas de la infamia. Pisaron el charco espeso ... de las víctimas. Y esas serán las huellas de la España traicionada por un Gobierno que ha permitido a ETA la construcción de su humillante posverdad. La serpiente vasca, que aún no ha pedido perdón por los agujeros de los cráneos, la carne picada y los zulos, ha conseguido imponer su aborrecible narrativa del ‘conflicto’, de la lucha entre iguales, y ha izado al mástil de la mitología la bandera de sus más abyectos mercenarios. La curia abertzale suspendió el homenaje a Parot para poder acusar a los hijos del dolor que se manifestaron contra ellos en Mondragón. Su táctica consiste en difundir en las ‘ikastolas’ una fábula de ETA en la que los asesinos se presentan como víctimas y viceversa para que las nuevas generaciones adoctrinadas se impregnen del martirologio de los pistoleros libertadores e idolatren a sus héroes. Y en ninguna ventanilla del Estado de derecho han atendido los ruegos de sus caídos, los que se han desangrado por la democracia renunciando al instinto de venganza para confiar en la justicia. El paripé oficialista de Vitoria en la víspera del oprobio fue un lavadero de conciencia. Nada más. Porque los verdugos se reorganizaron estratégicamente para poder victimizarse y convertir a Parot en una marca de los leviatanes del odio, que le recordarán como una leyenda que puso vitola a la doctrina del beneficio penitenciario en un país que aprobó la prisión permanente revisable después de sus carnicerías. Y ahora también como el paladín de los derechos humanos por padecer la ‘abusiva’ condena a menos de un año por cada uno de sus muertos. El argumento es una micción sobre las tumbas de aquellos a los que este primate condenó a la sombra eterna. Pero así se escribe nuestra decadencia. España no se ha preocupado de que lo injusto sea también ilegal. Han ganado los malos, que celebran con regocijo sus 377 asesinatos sin resolver.

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