Enfoque
A sus órdenes
El Ejército, movilizado
-Bienvenido al cargo, señor ministro, desde ya nos tiene bajo su mando. Si me permite, le doy un consejo.
-Gracias. Por supuesto. Adelante.
-Tenga claro lo que ordena porque en el Ejército las órdenes se cumplen.
La anécdota, que tiene como protagonista ... al entonces ministro del ramo y al Jefe del Estado Mayor de la Defensa, me la contó hace tiempo Bieito Rubido y yo se la traslado a ustedes torpemente.
Barrunto que en medio de toda esta crisis de liderazgo -que se pone al servicio de la pandemia con funestas consecuencias-, en la pedrea de carteras ministeriales del virus, Margarita Robles es la más «afortunada» (dejo a su elección el número que consideren de comillas).
Señora ministra, me atrevo a hacerle de motivador. Respire hondo, medite sus decisiones y cuando le flaqueen lógicamente las fuerzas, consuélese sabiendo que las filas estarán prietas e imagine a sus subordinados en posición de firmes. Con esa ventaja, nada desdeñable, cuenta con respecto por ejemplo al personaje que (des)luce nuestra portada, el presidente del Desgobierno.
Vale, de acuerdo, que usted también es una mandada, pero no me niegue que juega con ventaja: lealtad, compromiso, entrega y sacrificio de mandos y tropa a su cargo. Le aconsejarán, pero no se rebelarán.
Otros ministros tienen que lidiar con los visires de algunas taifas que ven en el Covid-19 una ventaja para seguir inoculando y propagando un virus que no es mortal, pero sí cansino, enervante y enormemente molesto: el independentismo. Además, doña Margarita, venga, no me engañe. Lo que tiene que ser para sus compañeros de titánica faena saber que al otro lado de la pantalla o del teléfono tienen a un conseller que responde, es un decir, a un president inhabilitado en Barcelona, a otro fugado en Bélgica. Por no hablar de que andan peleados entre ellos y con terceros en una macedonia muy indigesta de siglas.
Comprendo que mi terapia de choque no le sirva de mucho. Le pasa entonces como a mí y al resto de los ciudadanos. Su presidente no ha soltado en todo lo que llevamos de crisis vírica la calculadora electoral.
Al virus no tengo duda de que lo venceremos. Después sufriremos otros dramáticos y prolongados efectos sociales y económicos. Y antes y ahora, con el mismo presidente y su redondiano rasputín cocinando eslóganes con los que enmascarar su incapacidad. Lo de Iglesias ya ni se lo tecleo. Que lo que quería es animarla un poco y me quedo sin sitio.
Ahí va un último intento. Mi padre siempre me decía: «Hijo, los militares estamos para cumplir, no para manifestarnos ni sumarnos a algaradas ni protestas. La Constitución nos entrega el poder de las armas para servir y no servirse de España».
Pues eso, a sus órdenes.