Aborto y discordia
CUANDO el Gobierno decidió reabrir por su cuenta el debate del aborto para ampliar la regulación existente desde 1985 lo hizo a sabiendas de que se trata de un asunto muy escabroso en el que la opinión pública tiende a extremar sus criterios morales. En ... España no sólo se puede abortar, sino que de hecho se aborta bastante al amparo del célebre tercer supuesto de la ley vigente, por lo que el nuevo proyecto tiene una clara intención política de romper el dificultoso consenso sobrevenido desde que el Tribunal Constitucional amparó la amplia despenalización promovida por el felipismo. El propósito de discordia social lo ha cumplido, desde luego, hasta el punto de que ni el Consejo del Poder Judicial ha logrado establecer un acuerdo mayoritario sobre la futura norma. Al introducir propuestas tan controvertidas como la del aborto de las menores, Zapatero ha provocado dudas de conciencia incluso entre su propio electorado y se ha metido por una trocha legislativa más abrupta de lo que calculaba.
Salga como salga, ese proyecto es carne de recurso de constitucionalidad, que al cansino ritmo actual de trabajo del TC puede acabar sustanciado allá por el 2025. La consideración del aborto como un derecho exigirá un pronunciamiento expreso sobre su compatibilidad con el artículo 15 de la Carta Magna. Pero antes de eso el Gobierno va a tener que sortear un disenso muy amplio y limar su proyecto de aristas que irritan a muchos padres inquietos por la frívola posibilidad de que sus hijas menores emprendan a sus espaldas una peligrosa aventura sin retorno. Si se trataba de una cortina de humo para preservar el grueso de la nueva ley, la humareda se ha vuelto tan espesa que amenaza con asfixiar a los promotores de la hoguera. De momento el texto tendrá que ir a las Cortes sin dictamen judicial, lo que debilita de modo inquietante su soporte jurídico y anticipa el bloqueo en que puede quedar sumido cuando llegue el momento de las sentencias.
En su afán por sembrar el divisionismo ideológico, el zapaterismo ha logrado alejar a parte de sus potenciales socios nacionalistas, de teórica filiación democristiana, y provocar la zozobra de numerosos electores de centro-izquierda. Uno de los juegos de aprendiz de brujo que tanto gustan al presidente, que siempre acaba envuelto en dificultades para reconducir su experimentalismo y su afición a la ingeniería social y política. Ha pretendido atizar un debate moral y ya lo tiene, pero enredando en él a más gente de la que había imaginado. Precisamente por ese flagrante carácter de conciencia, la ley debería ser, llegado el caso, votada en secreto y con libertad de albedrío por los diputados. Es improbable que así sea; la nomenclatura partitocrática se ha acostumbrado a la comodidad de un parlamento secuestrado por el mandato imperativo de su sindicato de intereses.
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