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Editorial ABC

Las razones de una protesta

Es hora de que el Ejecutivo rinda cuentas, sin escudarse en la simplista categorización que hace de las protestas para ignorarlas

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Las manifestaciones motorizadas que ayer colapsaron los centros urbanos de ciudades como Madrid no pueden ser despachadas, como pretenden el Gobierno y sus terminales, como una mera expresión de lo que denominan «ultraderecha». Para el pensamiento único, esta etiqueta lleva implícita una descalificación moral y ... que es utilizada para excluir a cualquier ciudadano de los estándares democráticos que la izquierda trata de imponer. El descontento político que aflora en la calles, parcialmente liberadas del cerrojazo impuesto desde mediados de marzo, obliga a reflexionar a un Gobierno que, en cambio, prefiere tachar de extrema derecha -fuera del sistema, o fuera de su particular sistema de valores- a quienes se manifiestan contra su gestión para no tener que dedicarles, como tantas veces ha dicho Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, «ni un solo minuto». Se trata de una postura quizá cómoda para quien gobierna ensimismado y evita la autocrítica, pero irresponsable en un momento crucial para el futuro inmediato de España. En un falso y ya recurrente ejercicio de humildad, el Ejecutivo no deja de reconocer entre golpes de pecho y de forma abstracta sus errores, pero se niega a concretarlos, en busca de una absolución social -o indulgencia plenaria- que le evita pasar por el examen de conciencia, obligado en un sistema democrático en el que la gestión pública está sometida al escrutinio y la crítica de la opinión pública. Para el Ejecutivo que preside Sánchez, no es el momento. Cualquier error, como dijo ayer, incluido su pacto con Bildu, es responsabilidad del PP.

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