Madrid Arena, la tragedia que se pudo evitar

ABC desgrana, según los testimonios de los protagonistas y el sumario judicial, la fatal cadena de errores

Madrid Arena, la tragedia que se pudo evitar archivo

CARLOS HIDALGO/M. J. ÁLVAREZ

«Se cumple un año de la muerte de cinco niñas que lo único que deseaban era disfrutar de la vida con sus amigas. Habrá pasado un año, sí, desde que la avaricia, la irresponsabilidad de quienes nos gobiernan, la dejación de funciones y miles ... de palabras más definen lo que aquella noche sucedió». Es Ángel María Esteban, padre de Katia, una de las cinco niñas muertas en el Madrid Arena el pasado Halloween. Es el dolor de un padre, pero también la indignación de todo un país que, doce meses después, sigue restregándose los ojos ante una tragedia que, y en eso todos coinciden, se pudo evitar. Entre los 24 imputados destaca la siniestra figura de Miguel Ángel Flores, el promotor de la fiesta mortal; pero para llegar a él antes hubo que rebasar varias líneas rojas. Una cascada de responsabilidades que se están dirimiendo aún en la fase de instrucción judicial del caso.

Flores y su empresa Diviertt S. L. llevaban años celebrando macrofiestas en recintos municipales, sobre todo en el Madrid Arena y en alguna ocasión en la Caja Mágica. ABC ya daba cuenta de ello prácticamente cada Año Nuevo , cuando la «Spacefest» de este cuestionadísimo empresario nocturno convertía en una orgía de alcohol y drogas el perímetro exterior de esos recintos, sobre todo los parkings. Todos los que lo tenían que saber lo sabían; nadie de los que tenían que atajarlo hizo nada.

Primer error: el alquiler

Y llegamos al 31 de octubre de 2012. A la «Thriller Music Park». Este fue el error de base, a tenor de lo que se desprende del vasto sumario judicial: desoyendo los informes de Urbanismo que desaconsejaban el uso del Madrid Arena como un recinto multiusos para conciertos de público en pie –que al fin y al cabo era en lo que consistía la actuación del Dj Steve Aoki–, la empresa municipal Madrid Espacios y Congresos alquiló por enésima vez el pabellón principal a Flores . Los máximos responsables de Madridec están imputados en la causa. Y la idea inicial de la Fiscalía es solicitar su procesamiento, también por cinco homicidios imprudentes. El edificio no estaba preparado para la evacuación ni mucho menos para que el público se moviese por sus tres plantas a su libre albedrío.

El aforo era un 58,5% mayor del permitidoEse fue el segundo gran error: el arquitecto municipal estableció un aforo máximo de 10.600 personas pero divididas en tres plantas ; es decir, parceladas, sin contar las zonas comunes y pasillos y sin capacidad de moverse libremente por el edificio . Algo parecido a lo que ocurre cada fin de semana en los estadios de fútbol. Pero el «equipo de orden» contratado por Flores no hizo nada de eso, más bien lo contrario. Ni nadie de Madridec –y algunos de sus responsables andaban por allí aquella noche–, fiscalizó ese punto tan esencial que habría evitado la avalancha mortal.

Llegamos al punto esencial de la investigación. La razón por la que el mayor peso de la culpa cae sobre el presidente de Diviertt: el notabilísimo exceso de aforo, de nada menos que un 58,5% más que el máximo permitido . Más allá de los informes periciales, tanto el de la Policía Científica como los de parte, la prueba fundamental en este sentido –que Miguel Ángel Flores, a través de su abogado, ha intentado invalidar por activa y por pasiva, aunque sin éxito–, son los tiques de las entradas: 16.841; un beneficio, incluidas las bebidas, de 455.925 euros.

«Botellón» y menores

Gonzalo Saucos era amigo de Rocío Oña, Katia Esteban y Cristina Arce , tres de las fallecidas, con las que acudió aquella noche a la fiesta. Su testimonio ante el Grupo V de Homicidios corrobora el desmadre de la organización: «En el aparcamiento privado del recinto había muchos coches con música y alcohol. Nadie tomó medidas, tampoco la Policía. Cuando entramos al pabellón, los porteros se quedaban con las entradas, no las revisaban ni las pasaban por los lectores de códigos; las metían en unas cajas de cartón ». Cajas que Diviertt luego llevó al pabellón Satélite del Arena, que la empresa utilizó como almacén-oficina, pese a no estar dentro del alquiler. El joven, de 19 años, especificó que «no existía ningún control sobre bolsos ni mochilas» y que sabía que se habían metido «petardos, bebidas alcohólicas y bengalas». Tampoco solicitaban el DNI y entraron «muchos menores». Belén Langdon, otra de las fallecidas, tenía 17 años.

Hay un punto esencial en el que la Fiscalía y las acusaciones no se ponen de acuerdo con la defensa de Flores, por razones evidentes: si hubo causa-efecto entre el botellón y la tragedia. El promotor llegó a declarar en sede judicial que entre 2.000 y 4.000 personas «asaltaron» el pabellón desde el exterior , colándose de manera indiscriminada. Para Flores es una manera de explicar el exceso de aforo. Para los abogados de las víctimas, la principal razón por la que hay que imputar a la cúpula de la Policía Municipal es por la falta de previsión en el dispositivo y por la escasez de agentes desplegados, amén de la pieza separada por una supuesta falsedad documental de la minuta de esa noche; pero la Fiscalía, ciñéndose a las imágenes de las cámaras de videovigilancia , mantiene que no hubo tal entrada en tropel. La muchísima gente de más que había dentro del Madrid Arena se debe sola y exclusivamente a la venta excesiva de entradas por parte del organizador.

Una ratonera

Numerosos testimonios confirman otro aspecto resaltado por el amigo de Rocío Oña: las puertas de emergencia estaban cerradas. También, como quedó claro durante la posterior inspección ocular de la comisión judicial, los vomitorios de la planta cero del pabellón, donde tuvo lugar el suceso, estaban cerrados o taponados por barras de venta de bebidas, a excepción de dos, entre ellos el de la avalancha.

A la una y media, la pista se encuentra abarrotadaEste es el panorama a la una y media de la madrugada, según el informe de la Policía Científica resultante del análisis de las cámaras de videovigilancia. «La afluencia de gente en el vestíbulo de entrada se incrementa rápidamente. Son las 1.07 horas del 1 de noviembre». A la una y media, dice el informe, la pista está «abarrotada» de gente . A las dos se produce el primer movimiento peligroso. Alguien da la orden de que se retiren las vallas que dan acceso directo desde la explanada exterior del pabellón al muelle de carga.

Minutos después, vuelve a cerrarse esa rampa y se reabre la entrada principal de público. Esta operación se repite tres veces. Van llegando las tres de la mañana, Steve Aoki va a empezar su actuación y el grueso del público quiere entrar en el Arena. Por eso, los organizadores no tienen otra idea mejor que meter a cientos de jóvenes por la entrada de los camiones al muelle , que les lleva directamente a una pista saturadísima, sin pasar por ninguna entreplanta que los redistribuya de manera más racional. Lo mismo ocurre por otra entrada no preparada para ello, el llamado muelle mónico. La tragedia está servida. La muerte llega a la fiesta.

«Baja a la enfermería»

El agobio entre los chavales de la pista crece por segundos. Demasiada gente. No pueden apenas moverse. Entre ellos están las fallecidas. Deciden salir por el único vomitorio que ven abierto, justo en la parte opuesta al escenario . De los tres que hay en ese flanco, es el del centro. Pero la gente se agolpa . Más y más gente. Muchos con disfraces, es Halloween. Rocío, Katia, Cristina, Teresa y Belén son de las primeras del pelotón. Sigue saliendo gente de la pista. Empujan. Cada vez más. También en sentido contrario. Caen al suelo. Y, sobre ellas, más y más chavales.

Son las 3.35 de la madrugada del Día de Difuntos. Al otro lado del epicentro de la muerte, miles de jóvenes bailan al son de Steve Aoki. Miguel Ángel Flores disfruta del concierto en la zona VIP, arriba del todo . «Todo era normal», diría horas después a la Policía. Hasta que a las 4 de la madrugada, suena su teléfono móvil. Es su director general, Santiago Rojo: «Miguel Ángel, baja a la enfermería».

Cristina y Katia murieron en ese «botiquín». La primera sobre la única camilla. La otra en el suelo, según el jefe de guardia del Samur esa noche, Antonio Sanjuán. Junto a ellas estaba también Rocío, quien pereció en la ambulancia , camino del Hospital Clínico. Era un código 9, lista para donar sus órganos . A Belén la mantuvieron con vida hasta que dos días después su padre pudo aterrizar desde Brasil. Teresa aguantó 29 días.

Enseguida, un tsunami político que se llevó por delante a cuatro concejales y desbarató Madridec . Pero la hora del remedio ya había pasado.

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