ARTE
David Rodríguez Caballero: «Nueva York es el lugar del ‘‘business’’ bien entendido»
Coincidiendo con la exposición que acoge hasta octubre el Centro del Carmen de Valencia, hablamos con el artista navarro de su meteórica carrera y sus aspiraciones de futuro
MARTA MOREIRA
La colisión de luces y sombras ha marcado definitivamente la ascensión de David Rodríguez Caballero (Pamplona, 1970) en el mercado artístico internacional. La elegancia y sutilidad de sus piezas -siempre al servicio de un discurso plástico coherente-, han convertido al artista navarro en una ... solución de continuidad para la tradición de la abstracción geométrica del siglo XX. Desde su llegada a Nueva York hace dos años, su cotización crece por momentos. Él disfruta el momento, aunque advierte de que no aspira tanto al dinero como al reconocimiento.
De formación pictórica, Rodríguez Caballero empezó hace casi quince años a utilizar materiales escultóricos para hablar de conceptos propios de la pintura. Lijando aluminio, barnizando plexis o yuxtaponiendo papeles vegetales, introdujo tono, color y texturas. Durante su estancia en Valencia, entre los años 2000 y 2005, incorporó el plegado, inspirado en la tradición japonesa del origami. Aparece así el elemento tridimensional en su trabajo. Es un punto de inflexión que da paso a la introducción de la curva y el salto a la escultura de pared. Esta evolución natural culmina con sus esculturas exentas; 360 lecturas diferentes, marcadas por la incidencia de la luz en todo sus gradientes.
Coincidiendo con la exposición que acoge hasta octubre el Centro del Carmen de Valencia, hablamos con Rodríguez Caballero de su meteórica carrera y sus aspiraciones de futuro.
–Si Valencia es la ciudad donde incorporó la luz y el plegado, ¿qué ha significado Nueva York?
–Todo artista que llega a Nueva York se ve positivamente afectado por la ciudad. Durante mi primer periodo de residencia allí (entre 1998 y 2000) desarrollé las esculturas de aluminio. Esta vez he regresado con una galería internacional, lo que me ha permitido tomar una dimensión fuerte en el mercado, con presencia en colecciones muy importantes. Desde el punto de vista del contenido, estos dos años han supuesto un cambio enorme en un tiempo récord. He desarrollado la escultura exenta y nuevas líneas de trabajo, como los tótem africanos, las curvas y la escultura monumental.
–La evolución desde la bidimensionalidad hasta la escultura monumental ha implicado un cambio radical en el proceso de producción de sus obras. Ahora pasa casi más tiempo en fábricas que en el estudio.
–La evolución ha sido muy natural. He pasado de trabajar solo en el estudio a hacerlo con equipos donde hay desde un ingeniero para dibujar planos hasta asistentes para montar piezas. Conforme mi obra ha ido ganando escala, mi vida también se ha ido complicando. Me he trasladado a Nueva York y mantengo mi taller de Madrid, pero mi estudio está en el interior de alguna manera. Llevo una especie de música interna, que es donde ideo los proyectos. Después los produzco con trabajadores de otras fábricas.
–Para triunfar en la meca del arte contemporáneo, ¿basta con poseer una obra de calidad o es necesario saber desenvolverse en los círculos artísticos y sociales?
–Nueva York es el sitio del business bien entendido. Para los artistas es una ciudad que dificulta la concentración. La vida allí es muy agitada y además es muy competitiva, porque todo el mundo muestra lo mejor que tiene. Por eso hay que tener cuidado y mantener el foco muy bien puesto; ser muy egoísta con tu tiempo y tu trabajo. También es una ciudad donde hay que hacer concesiones para cultivar las relaciones sociales. Puedes tener suerte y talento, pero si no estás y no te relacionas, no existes. En Nueva York puedes acceder a núcleos de mercado, y los coleccionistas cuidan mucho a los artistas.Creo eso de que es un lugar donde puedes conseguir lo que quieras.
–Su primera exposición monográfica en Nueva York, «Recent Works», tuvo un éxito fulgurante de crítica y ventas ¿Fue un punto de inflexión?
–Fue la exposición que me colocó en el mapa y me animó a quedarme. Se vendió el 88 por ciento de las obras. También he participado en dos colectivas organizadas por Malborough que salieron muy bien. Vivo el éxito de una forma muy natural, con alegría y con un nuevo sentido de la responsabilidad: la de tener que aportar algo más para que todo siga funcionando.
–Uno de sus mayores apoyos en la Gran Manzana es Manolo Valdés, que además es compañero de galería ¿Le ha dado el artista valenciano algún consejo sobre cómo sobrevivir en un contexto tan competitivo?
–Aparte de un gran artista, Valdés es para mí un protector y orientador. Siempre acudo a él para pedirle consejo y tengo una relación muy estrecha. Nada más llegar a Nueva York me animó a meterme en escultura monumental y me encargó una pieza grande para su colección. Es una persona con una enorme lucidez, que conoce el mercado perfectamente, y es una persona generosa que le gusta ayudar a otras generaciones.
–No todo lo pequeño funciona al trasladarse a un formato monumental. ¿Cómo ha resuelto este problema?
–La razón principal por la que me inicio en este tipo de escultura es el reto que supone pasar de trabajar con 40 kilogramos a hacerlo con dos toneladas. Forma parte de esa ambición de los artistas, a los que todo se nos queda pequeño. La escultura monumental me ha obligado a replantearme todo mi trabajo y he tenido que enfrentarme a otro tipo de dificultades: de peso, de trabajo en equipo, de montaje, transporte, e incluso económicas.
–Otra ventaja de este formato es la visibilidad que proporciona.
–Sí, son esculturas que comunican y transmiten tu marca muy bien. No solo son accesibles a las personas que acuden a una exposición, sino que se las encuentran en la calle. Aparecen, imponiéndose a todo tipo de gustos y miradas. Además, son esculturas muy rentables desde el punto de vista de la difusión de la imagen de la obra.
–¿Qué tipo de encargos de escultura monumental ha recibido?
–Por el momento todo han sido encargos para colecciones particulares. Acabo de terminar una de siete metros para Miami y una de cinco metros para Guatemala. El 3 de octubre inauguro por primera vez un conjunto, que se colocará en el Puerto de Mónaco.
–¿Qué lugar ocupan en su imaginario nombres como Julio González, Gargallo o Richard Serra?
–Todos ellos están dentro de mis genes. Lo que han hecho otras generaciones está instalado en mi retina, pero formalmente me siento más cerca de James Turrell que de Oteiza o Gargallo.
–¿Qué momento vive la abstracción geométrica en el mercado?
–En el mercado no hay tendencias, sino movimientos. Lo que funciona, funciona. Luego hay casos especiales como el de Venezuela, donde interesa mucho la abstracción geométrica porque tiene una gran tradición en ese país.
–El coleccionismo, que en Europa está en horas bajas, crece exponencialmente en los países emergentes. Usted, de hecho, está presente en grandes colecciones sudamericanas.
–Son otra raza de coleccionistas. De entre veinte piezas, saben cuál es la buena. Tienen el ojo muy educado y no pueden vivir sin arte. Compran sin pensar dónde van a colocar la obra, que es lo que diferencia a un verdadero coleccionista. Cuando ven algo bueno lo compran, y luego ya ven cómo lo solucionan.
-¿Especulan menos?
–Los venezolanos especulan mucho con el arte, pero tienen un círculo de compra-venta espectacular. Hay coleccionistas de 30 años, que han comprado obras por 40.000 dólares que ahora cuestan 300.000. Lo llevan en la sangre. Viven de sus colecciones, pero jamás compran algo en lo que no creen.
–Su obra se está revalorizando a ritmo vertiginoso, ¿teme que llegue un momento en que el dinero afecte a su labor de artista?
–Mi objetivo nunca ha sido hacerme rico, pero soy consciente de que tengo unas necesidades económicas muy altas.Ahora que van tan bien las ventas, yo en lo que pienso es que voy a poder tener un estudio donde voy a poder lanzar nuevas esculturas, producir piezas mucho más caras. Es como una adicción hacia tu propio trabajo. Todo lo reinvierto en mi obra y en que mi gente esté bien.
–¿Dónde se ve dentro de veinte años?
–Me veo trabajando con la misma pasión. A un nivel alto, en vez de dos estudios, cuatro. Más proyectos, más preocupaciones, pero a la vez más ganas. Más que dónde, sobre todo sé cómo quiero vivir.
David Rodríguez Caballero: «Nueva York es el lugar del ‘‘business’’ bien entendido»
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete