Los islamistas centran sus esfuerzos en Mali, donde controlan en torno al 40 por ciento del territorio, con ofensivas en el centro -filiales de Al Qaida- y en el este -yihadistas cercanos a Estado Islámico-, según informan Reuters y France Presse. Tras la retirada de las tropas francesas, y el comienzo del fin de la misión militar de la ONU, el nuevo régimen golpista maliense se encuentra sin medios para afrontar la ofensiva yihadista, pese a la presencia en el país de un número indeterminado de mercenarios rusos de Wagner.
Para agravar la situación en ese país, los tuareg del norte de Mali han roto los acuerdos de paz de 2015 y se han levantado en armas para recuperar territorio perdido y proclamar la independencia. Habitante de esas tierras desde tiempos inmemoriales, los tuareg, pueblo bereber de raza blanca, pagaron en su día muy cara su alianza con los yihadistas de Al Qaida del Magreb Islámico, y todo indica que hoy quieren aprovechar la extrema debilidad del régimen maliense para imponer sus condiciones.
De los tres países del Sahel que han roto con la metrópoli francesa tras sucesivos golpes de Estado, Mali se presenta como el eslabón más débil. Si no se adoptan resoluciones rápidas, y no hay signos en ese sentido ni en Washington ni en las capitales europeas, el yihadismo podría levantar pronto su bandera negra en el Sahel para proclamar su primer califato africano.
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