Los últimos que resisten a Hizbolá en el norte de Israel: «Si dejas de vivir junto a la frontera, esa tierra deja de ser tu tierra»
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Enviado especial a Sh'ear Yeshuv
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Iniciar sesiónLos rasos de los altos del Golán se dan un aire a Cebreros, uno de esos pueblos de las faldas de Gredos. Si a uno lo dejan allí sin saber nada más, pensaría que se trata de uno de esos parajes naturales que las ... diputaciones ponen «en valor» con rutas de senderismo para paseantes con calzado de 'trekking' para recorridos ocasionales de dificultad media. De las montañas se desciende por lomas suaves que discurren hacia los pueblos de un valle surcado por un río, campos de naranjos, bancales de un verde insultante y tierras de labor.
Cualquiera podría definir el paisaje como un destino de turismo rural si ese río no fuera el Jordán, si en los montes de enfrente Hizbulá no apostara sus tropas y armamento, si el valle no estuviera poblado por un millar de soldados y si no sonara la artillería en explosiones largas y graves como si se escucharan truenos a pleno sol. Si en los 75 kilómetros que van desde ese monte hasta el mar no operaran dos brigadas de Hizbulá y otros 4.000 efectivos de las fuerzas especiales Radwan. Si no pasara todo eso, uno no caería en la cuenta de que, si el mundo se fuera al garete, el apocalipsis empezaría aquí mismo.
No disparan todos los días
«Esta mañana está tranquila. No nos disparan todos los días», asegura socarrón Guideon Harari, 66 años, coronel retirado, 25 años de servicio en Inteligencia, camiseta, pistola al cinto y coche con maletero con campingaz para tomar té con mandarinas cogidas de su árbol. El militar es el jefe del operativo de emergencias de Sh'ear Yeshuv, uno de los 'moshav' o pequeños pueblos del valle, urbanizaciones apacibles rodeadas con doble valla y alambre de espinos. Tras los ataques del 7 de octubre, el Gobierno mandó salir a la gente de la zona y los alojó en hoteles de Tiberíades. De 700 se quedaron cien, la mayor parte agricultores de 70 y 80 años. «Para ellos, su campo es más importante que su vida».
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Gidy, como le conocen en el pueblo, es el que toma el mando del 'moshav' si la cosa se pone fea. También es el encargado de organizar patrullas de vecinos armados por las calles y los campos. Se mueven, tensos, en un carrito de golf que les otorga un aire lúdico y extraño.
Teoría de los siete segundos
Los habitantes del valle estaban acostumbrados a los cohetes y los disparos, pero se fueron porque temían que Hizbulá perpetrara una masacre como la de Hamás en el sur. Harari cree que es lo que estaban planeando, «pero Hamás se les adelantó». Si lo piensa uno, es extraña la determinación de los hombres por quedarse en un lugar habiendo otros más confortables. Recuerdo ahora todas esas conversaciones tan españolas de si está bien vivir en Madrid porque puedes ver el 'Rey León' o si hay que elegir una ciudad pequeña porque en Pamplona te da tiempo a hacer cuatro recados en una mañana. Aquí puede sonar la sirena cuatro veces en una mañana. Si lográramos escucharla, la teoría dice que tendríamos siete segundos para resguardarnos antes del impacto. Es lo que tardaríamos en guarecernos bajo ese arbustillo de ahí.
«No me quiero ir, no me puedo ir, no tengo otro sitio a donde irme», resume Gidy. «Si dejas de vivir junto a la frontera, esa tierra deja de ser tu tierra». Ya me estoy viendo a Harari en la Costa del Sol, levantarse tarde, espeto de sardinas al mediodía y cenar pronto en una terraza sin esa pistola al cinto. Dándole vueltas en medio de aquel prado concluimos que uno de los factores que pesan a la hora de no abandonar la tierra de uno es que lo intenten echar de ella. Te puedes ir, pero «por cojones, no».
«Dormimos bien. Estamos locos», cuenta Gidy Harari, responsable de organizar patrullas de vecinos que vigilan las calles y campos
Mucho fuego
En los últimos días han muerto varios soldados y campesinos, y se ha intensificado el intercambio de proyectiles. «Pero dormimos bien. Estamos locos». Se supone que en aquellas casitas blancas está Hizbulá. Uno no puede dejar de mirarlas y casi le cuesta darles la espalda. El viejo soldado quiere que comprendamos que este no es un conflicto territorial ni político, sino el intento de Irán de extender la revolución islámica. «Les molesta que seamos un país abierto».
Los mapas que despliega, las explicaciones y los contextos son el camino que lleva a la conversación fundamental y por la que uno entiende que el mundo está a punto de estallar aquí y ahora. «Nosotros hablamos europeo, hablamos yidis (judeoalemán), y ellos [por Hizbulá] hablan árabe. Al árabe hay que hablarle en árabe. Para ellos, lo más importante es el poder y el honor y si no nos mostramos poderosos, no nos van a respetar. «Estamos ante una oportunidad de oro para conseguirlo y hacer que Hizbulá se retire 25 kilómetros más allá de la frontera».
-¿Y eso cómo se consigue?
-Con mucho fuego. Y muchas bajas en ambos bandos, desgraciadamente.
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