Los sobrecogedores sollozos de los dolientes dentro de Westminster Hall

Tras diez, doce o veinte horas de cola, el último adiós a la Reina Isabel II en este grandioso salón de casi mil años dura apenas unos segundos

Los ocho nietos de la soberana celebraron una vigilia alrededor de su ataúd por primera vez en toda la historia

Reuters // Vídeo Atlas

Ivannia Salazar

Corresponsal en Londres

En el 1097, Guillermo II, hijo de Guillermo el Conquistador, empezó la construcción de un megaproyecto concebido para impresionar a sus nuevos súbditos «con su poder y la majestuosidad de su autoridad», según lo describe el sitio web del Parlamento británico. Rufus, como se le ... llamaba a aquel rey de Inglaterra por ser pelirrojo, seguramente no imaginaba que, 925 años después, aquel grandioso salón de más de 1.500 metros cuadrados iba a ser el lugar de peregrinación de miles de personas que, entre lágrimas y sin importar el sol de la tarde o el frío de la noche, se acercarían a despedirse de su reina más longeva.

Y es que en el Westminster Hall, imponente como una catedral con sus vigas de madera en el techo y sus gigantescas vidrieras, y que a lo largo de sus casi mil años de vida ha sido escenario de coronaciones, banquetes e importantes eventos políticos, es en donde reposan desde el pasado miércoles los restos mortales de Isabel II en Londres. Hasta el próximo lunes a 6.30 de la mañana, los dolientes podrán presentarle sus respetos, antes del funeral de estado que se llevará a cabo en la Abadía de Westminster.

Y si fuera de esos gruesos muros la capital británica es un avispero, dentro, por el contrario, el silencio del recinto es sobrecogedor, solo perturbado por los sollozos de quienes lamentan la muerte de la mujer que fuera su monarca durante 70 años, y por los pasos de los soldados que custodian el féretro en el cambio de guardia. Parejas tomadas de la mano, madres e hijos, visitantes solitarios, niñas pequeñas, gentes, en definitiva, de todos los colores de piel, de todas las religiones, edades y procedencias, se abrazan cuando las emociones se desbordan, y las lágrimas corren por las mejillas de tantos mientras avanzan en una cola que es como un río que fluye lento, pero constante. Tras diez, doce o veinte horas de cola, el último adiós dura apenas unos segundos. Pero, le dicen varios entrevistados a ABC, «vale la pena». Unos agachan la cabeza una vez que están ante la plataforma elevada conocida como catafalco en la que está colocado el féretro, sobre el que reposan, a su vez, unas flores blancas y la Corona Imperial, que Isabel II utilizó en su coronación en 1953. Otros le lanzan a la reina besos en el aire, hacen genuflexiones, y algunos más la señal de la cruz frente al ataúd reconvertido en altar en el que está una mujer que es, ella sola, una religión. La escena es conmovedora.

A los dolientes, alrededor de las seis de la tarde hora local, se unieron los ocho nietos de la monarca fallecida, que durante quince minutos protagonizaron una vigilia en su honor. Esta es la primera vez que los nietos de un soberano llevan a cabo este ritual de respeto. Guillermo, heredero al trono una vez que su padre se ha convertido en el rey Carlos III, estaba a la cabeza del ataúd, y su hermano Enrique al pie, ambos con uniforme militar.

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