Refugiados afganos en España denuncian el abandono del Gobierno
En septiembre termina el programa de acogida para muchos desplazados que abandonaron Kabul en 2021
Shadab busca trabajo de cualquier cosa para mantenerse: «Les pido que me ayuden, pero no me ayudan»
«Ahora mis hijas van a poder estudiar y yo podré trabajar»
Después de huir de la violencia en Afganistán, Shadab Rahimi y su familia se instalaron en Madrid
Desde que salió de Afganistán, huyendo junto a su familia de los talibanes que hace ahora dos años tomaron Kabul tras la retirada de las tropas norteamericanas, Shadab Rahimi, de 27 años, suele salir a pasear por los parques que hay cerca de su ... casa. Siente la libertad de que en ese espacio, al aire libre, «no le va a matar nadie», a diferencia de lo que ocurría en su país de origen. Caminando entre los árboles de una explanada cercana a la casa donde se ha mudado recientemente en la zona de García Noblejas (Madrid), atiende a ABC con una sonrisa en la boca que le caracteriza, pero que esconde el nerviosismo y la preocupación de quien no sabe qué va a ser de él en un futuro cada vez más cercano.
«Estoy bastante estresado porque necesito conseguir trabajo», comenta, pues el próximo mes de septiembre terminan las ayudas del programa de acogida para refugiados afganos y no sabe cómo va a pagar la vivienda y la alimentación de sus familiares.
Antes de abandonar Kabul por miedo a la violencia y la represión del fundamentalismo islámico, trabajaba como ingeniero en una empresa estadounidense. Esto se terminó cuando la Administración Biden hizo efectivas las disposiciones del Acuerdo de Doha, firmado por Donald Trump en 2020, y los militares de Estados Unidos, seguidos por los del resto de la comunidad internacional, empezaron a evacuar la capital afgana en agosto de 2021. Entonces decidió huir para salvar la vida, concretamente, cuando vio a una persona ahorcada, colgando de una grúa, cerca de su casa.
Tras discutir con su familia, pues es el único hijo varón y su madre dudaba de su futuro sin él, se puso en contacto con el periodista Antonio Pampliega, quien le prestó su ayuda y le indicó que debía dirigirse al aeropuerto de la capital con una prenda roja para ser reconocido por el Ejército español. Así, consiguió dejar atrás el caos del aeródromo, que pocos días después sufrió un atentado yihadista que le costó la vida a 170 civiles y 13 soldados norteamericanos en la evacuación, y acceder a la zona de seguridad dispuesta por las tropas españolas. Dos años después, aunque con la tranquilidad de quien se ha alejado de las bombas y las ejecuciones sumarias, siente que el Gobierno español le ha fallado.
La barrera del idioma
«Tengo una familia que mantener, responsabilidades que atender...», afirma mientras mira al suelo. Llegó a España tras una breve parada en Dubai, acompañado por su mujer, Mursal Mohammed (24 años), con quien tuvo un bebé hace once meses, su hermana Arezo Rahimi (31 años) que también tiene un niño de dieciocho meses y que está embarazada de nuevo y su cuñado Jawad (27 años). «He tenido un trabajo hace poco como ingeniero, pero era con contrato de prácticas y yo necesito conseguir algo indefinido», se queja. Cuenta que en la empresa en la que estuvo le dijeron que necesitaba mejorar su nivel de español para continuar, aunque rápidamente cambia del inglés a un castellano bastante fluido para denunciar: «Sé cuatro idiomas, ¡pero a veces me pasa que los mezclo todos!».
Al llegar a España en agosto de 2021, pudo empezar a pensar «como una persona que está viva», y se puso a practicar el idioma. Dice que antes de llegar a Madrid en el marco de la Operación Antígona II, que las Fuerzas Armadas llevaron a cabo para evacuar del país centroasiático a españoles y colaboradores, cuando se iba a dormir «sólo deseaba poder despertar». Pero, una vez instalado en España, comenzó, con la ayuda de su centro de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), a tomar clases de lengua. El nivel -B1- que tiene acreditado no le está sirviendo, de momento, para encontrar una ocupación. En cambio, no desiste, y su objetivo es conseguir, al menos, un B2. «Si puede ser de ayuda, hace tres meses también he conseguido tener en regla el carnet de conducir. Busco empleo de cualquier cosa para mantenerme: repartidor, como mozo en almacenes...», casi suplica.
Mursal Mohammed, Arezo Rahimi y sus hijas
Sin soluciones a futuro
Cada semana tiene citas con su trabajadora social del CEAR, institución que está financiada casi en su totalidad mediante subvenciones estatales y que hace un seguimiento de los afganos refugiados en España en colaboración con el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. A pesar de todo, Shadab denuncia que allí ya no le ofrecen soluciones ante la compleja situación que enfrentan tanto él como sus familiares. «Les pido que me ayuden, pero no me ayudan. Tampoco sé si va a ser posible que prorroguen las aportaciones económicas una vez termine el verano», afirma.
Como ya informó el pasado mes de febrero ABC, muchas de las familias que salieron de Afganistán están al borde de terminar con el programa de acogida de 18 meses, ampliable a 24 en los casos más vulnerables como el de Shadab. Entre los cerca de 4.000 refugiados que han llegado a nuestro país -Acnur cifra en 5,7 millones el total de personas desplazadas en 103 países- hay una gran cantidad que todavía no ha conseguido trabajo, sigue aprendiendo el idioma y no tiene suficiente con las ayudas del Estado para sostener el nivel de vida en ciudades como Madrid.
Y es que, una vez evacuados, pasan por cuatro fases de integración, orientadas a alcanzar una vida autónoma en el país de acogida que, en el caso de Shadab, no está llegando. Tras ser valoradas las características de cada núcleo familiar, se instalan en centros de acogida, donde se realizan valoraciones constantes de su evolución. El problema llega en la última etapa, el momento de acceder a una vivienda y desarrollar sus vidas de forma independiente. Al elevado precio de los alojamientos en las urbes, se unen las reticencias de los inquilinos ante la idea de alquilar sus pisos a familias que, en muchos casos, son numerosas y se encuentran en situaciones de vulnerabilidad. Este es exactamente el punto en el que se encuentran Shadab y los suyos, que consiguieron arrendar una casa con las ayudas y el trabajo temporal tanto suyo como el de su cuñado, pero que ahora no saben si van a poder mantener.
«Tengo una familia que mantener, responsabilidades que atender...», afirma Shadab Rahimi
A pesar de todo, Shadab trata de ayudar en lo que puede a la parte de su familia y otros conocidos que no consiguieron abandonar Afganistán. «Envío cien euros cada dos meses. No es mucho, pero allí si no tienes algo de dinero te mueres de hambre», dice. Muy activo en las movilizaciones que se han dado en España contra la normalización de las relaciones con el régimen talibán, confirma que las autoridades siguen exigiendo el pago de impuestos a gente que «ni siquiera tiene para acceder a comida o medicamentos».
Entre las causas de la crisis humanitaria que asola el país, y que, según CEAR, afecta a 28 millones de personas, de las cuales 13 millones son niños y niñas, se encuentra la aplicación de la ley islámica, la sharia. Esta, además de imponer prohibiciones a las mujeres como salir a la calle sin ir acompañadas de un varón de la familia o mostrar los tobillos a riesgo de ser azotadas en público, les impide trabajar. Sólo unas pocas lo hacen como enfermeras o médicos en hospitales de Kabul, con lo que esto supone para la fuerza de trabajo del país. «Es muy peligroso vivir allí si eres mujer», comenta Shadab. No lo es tanto, según él, para aquellos que tienen dinero o acatan sin problema las imposiciones integristas del régimen: «Esos están satisfechos con los talibanes».
Ayuda psicológica «para olvidarse de los muertos»
Para los refugiados afganos, el reto de iniciar una nueva vida en España no implica únicamente la necesidad de adaptarse a una cultura completamente distinta a aquella que les vio crecer. También requiere olvidar, o al menos intentarlo, una huida plagada de vivencias traumáticas, entre las que destacan atentados, asesinatos y muertes de familiares cercanos. En ese sentido, en el caso de Shadab Rahimi y de su familia ha sido de vital importancia la ayuda recibida en materia de terapia y asesoramiento psicológico. «Ahora, a pesar de mi situación económica, vivo con cierta tranquilidad», comenta Shadab, y añade que esto es gracias a la psicóloga que ha estado trabajando con él una vez al mes durante un año y que le ha ayudado a «olvidar los muertos y la salida de Afganistán».
Esta, la de la ayuda en cuestión de salud mental, es una de las patas fundamentales del programa de acogida del CEAR para lograr la inclusión de las personas refugiadas en situación de vulnerabilidad. El objetivo es que alcancen una vida «digna, autónoma y estable», pero en circunstancias como las de Mursal, la mujer de Shadab, esto no es tan sencillo como dispone la teoría.
Para Mursal, la salida de Afganistán resultó muy complicada: «Alejarme de mi familia, y llegar a un país completamente nuevo. Todo eso añadido al recuerdo de los talibanes...»
«Llora todas las noches»
Si bien Shadab sólo tiene tiempo para preocuparse por encontrar una empleo que le permita alimentar a su familia, habiendo superado parcialmente el trauma de la huida del régimen talibán, Mursal, madre desde hace menos de un año, está teniendo más dificultades. «Llora todas las noches. Estuvo bastante tiempo con depresión, aunque ahora con la ayuda psicológica ya está mejor». Ella misma comenta que la salida de Afganistán le resultó muy complicada: «Alejarme de mi familia, y llegar a un país completamente nuevo. Todo eso añadido al recuerdo de los talibanes...». En concreto, rememora el camino hasta el aeropuerto de Kabul, en el que sufrieron disparos por parte de las milicias. «Todo el mundo se escondía en sus casas», afirma.
Pero, además de lo complejo de la salida del país, también lo ha sido hasta el momento su estancia en España, ya que, por encima de todo recuerda el haber dejado atrás a su madre, que falleció hace poco en Pakistán a causa de las condiciones de pobreza que padecía mientras trataba de huir del país. «Mi padre fue martirizado en la primera etapa de los talibanes, porque era enfermero y se negó a colaborar con ellos. Desde su muerte fue mi madre la que me crio», lamenta. Queda uno de sus hermanos, quien, al trabajar en el Ejército nacional afgano, ha tenido que permanecer escondido desde que los talibanes volvieron al poder por miedo a la represión que han llevado a cabo desde entonces.
Con todos estos problemas circulando por su cabeza y memoria, como Shadab, ella también ha precisado de la ayuda de los terapeutas en 2021 y 2022, al menos una vez al mes. Para olvidar lo vivido durante su trayecto hacia España y poder sobrellevar un presente que, aunque ahora alejado de la violencia, sigue marcado por la tragedia. De hecho, sus citas se incrementaron una vez conoció la muerte de su madre, pues su «sentimiento de soledad» fue en aumento.
Sin embargo, sí tiene la sensibilidad y la fuerza para destacar las cosas buenas que ha encontrado en su llegada a España. Además de la tranquilidad en el día a día, únicamente perturbada por la inseguridad que les provoca la difícil situación de su economía, destaca «la buena atmósfera que se respira aquí en el trato hacia las mujeres. «La libertad que tenemos, eso fue muy sorprendente para mí cuando llegué», comenta. No es de sorprender, pues en el país de donde llega, tiene prohibido reír en público, pues ningún extraño debe escuchar su voz, o usar tacones y productos cosméticos.