La periodista rusa Elena Kostyuchenko sobrevive a un envenenamiento en Alemania
La joven se encuentra exiliada en Berlín y continúa trabajando para un periódico que fue vetado por el régimen de Putin
Brutal agresión en Chechenia a una conocida periodista de investigación rusa y a un abogado que iba con ella
Corresponsal en Berlín
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Iniciar sesiónLos primeros síntomas se manifestaron mientras viajaba en autobús de Berlín a Múnich, donde esperaba obtener un visado para viajar a Ucrania y poder así seguir escribiendo sobre la guerra: mareos, sudor y un fuerte dolor de estómago. Semanas atrás había padecido Covid y ... pensó que podría ser una recaída, así que regresó a su apartamento para pedir cita médica. Pero apenas fue examinada quedó claro que no se trataba de una infección, sino de un envenenamiento. «Mis niveles de enzimas hepáticas ALT y AST eran cinco veces superiores a lo normal. Mi muestra de orina contenía rastros de sangre, mis extremidades y mi cara se hinchaban por momentos, apenas podía reconocerme en el espejo», ha relatado en primera persona lo ocurrido.
El médico que la atendía llegó rápidamente a la conclusión: «sólo pueden ser dos cosas, o los medicamentos antidepresivos que estás tomando están ejerciendo un efecto totalmente inesperado en tu organismo o has sido envenenada».
La periodista rusa exiliada en Berlín, Elena Kostyuchenko, tardó en aceptar los hechos. «No puede ser, no soy tan peligrosa», bromeó en un primer momento con el médico. Pero a nadie en su entorno le extrañó esa posibilidad. No en vano, se trata de una de las investigadoras que más ha señalado los desmanes del régimen de Vladimir Putin desde las páginas de Novaya Gazeta, un diario vetado por el Kremlin que se sigue editando fuera de Rusia.
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Todo esto sucedió en mayo y Kostyuchenko logró recuperarse, pero lo mantuvo en secreto por miedo. «Empecé a escribir lo que me había pasado, como una crónica, pero no quise publicarla. Hacerlo todavía se siente como algo repugnante, aterrador y vergonzoso», dice, pero en Alemania, ante un caso de envenenamiento reportado por un centro médico, los mecanismos judiciales se ponen en marcha automáticamente. Kostyuchenko fue interrogada, su piso y su ropa examinados y la policía recomendó que cambiase de casa, aparcase el coche siempre lejos de su portal, que estuviese atenta a quién la seguía, que saliese siempre acompañada, que llevase gafas de sol y, por supuesto, que no ingiriese nada sobre lo que no tuviese control absoluto. «El 2 de mayo, una carta de la oficina del fiscal de Berlín me informó que el caso abierto en relación con mi intento de asesinato había sido cerrado. Los detectives no pudieron establecer «ningún indicio» sobre el atacante y «los análisis de sangre disponibles no apuntaban claramente a la causa de envenenamiento». Lo más probable, a la vista de los análisis, es que fuera víctima de un envenenamiento con un «compuesto orgánico clorado».
Kostyuchenko sabe ahora que los largos brazos de Putin llegan hasta su exilio en Alemania, donde sigue vigente la sentencia de muerte que pesa sobre su persona y que creía poder olvidar. A finales e marzo pasado, cuando se disponía a viajar a Ucrania, recibió la llamada de un colega preguntando si viajaría a Mariupol. «Esto me pilló por sorpresa: solo dos personas en Novaya sabían que iba allí: el editor en jefe Dmitry Muratov y mi propia editora, Olga Bobrova», relata en un texto en el que desvela ahora la amenaza, «'Sí, me voy mañana', le dije. Luego dijo: 'Mis fuentes se pusieron en contacto conmigo. Saben que vas a Mariupol y me dicen que se ha ordenado a los hombres de Kadyrov que te encuentren'... No te van a detener. Te van a matar. Ya está todo arreglado». Se refería a Ramzán Kadírov, el jefe de los chechenos prorrusos que defienden a Putin.
No creyó que todo aquello fuera en serio hasta que escuchó un audio en el que discutía sobre los detalles del viaje con sus jefes. «Cuando colgó, me senté en la cama. Mi mente estaba en blanco. Sólo me senté allí», recuerda la escena en un artículo publicado en el portal disidente Maduza, «fue entonces cuando decidí pedir asilo e Alemania y ahora sé que aquí tampoco estoy segura».
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