La «madre» de todas las perforadoras
Las dos máquinas que perforan día y noche para rescatar a «los héroes de Chile» han llegado hasta los mineros... Ya está aquí una tercera, y el desierto de Atacama se tiñe de color esperanza
CARMEN DE CARLOS
El desierto de Atacama está en flor. El horizonte tiene un brillo lila sobre la arena y las piedras. Algunos pensaron que veían un espejismo pero se equivocaron. Ese reflejo es tan real como los 33 mineros atrapados en el estómago del cerro San José ... desde el pasado 5 de agosto. Al caer la noche el color desaparece y con él la ilusión de las familias de ver ese día a sus hombres. Son sus hijos, nietos, maridos o compañeros con los que compartían techo, comida, alegría, miserias y, en más ocasiones de las deseadas, una variada descendencia.
La luz, como el calor, se va despacio. A media tarde, poco antes de que comience la retirada de las visitas al campamento Esperanza, se organizan las parrillas. Desfilan los «anticuchos» (pinchos morunos en España), y reparten empanadas de «pino», que no es otra cosa que carne picada, huevo, pimiento y lo que se le ocurra al cocinero. En unos minutos el sol y la cuadrilla de prensa que hace guardia desaparecerán. Sólo quedará el silencio roto por las dos máquinas que taladran 24 horas al día, para rescatar con vida a «los héroes de Chile», como ha bautizado el país a sus 33 mineros, porque esos hombres hoy, garantizan, «son un poco de todos».
Las perforadoras se conocen por su nombre. La del Plan A es la Raisebore Strata 950. La del Plan B es la Schramm T-130. Ésta sufrió un daño en los cabezales —«martillo», insisten los técnicos—, y estuvo parada un par de días, pero este viernes logró hacer realidad el primer sueño: alcanzar el taller donde se encuentran los mineros. La alegría estalló dentro y fuera de esa cueva de oro y cobre. René Aguilar, jefe de Rescatistas, baja sin embargo las expectativas ante la noticia, «la máquina tendrá que hacer más pasadas hasta lograr el ancho requerido para poder sacarlos», advierte.
El «orificio en boca» o perímetro final del túnel será de unos 72 centímetros, «suficiente si tenemos en cuenta que la media de hombros de un hombre son cincuenta centímetros», reitera Aguilar, para aclarar el baile de números que se ha publicado. Por el primer conducto que se abra con esas dimensiones saldrán en el interior de cápsulas los 33 mineros.
«Ya no soporta el encierro»
La tercera opción, pese a la noticia, es la que podría dar un giro de ciento ochenta grados y lograr en tres o cuatro semanas un desenlace feliz. Se trata de una torre petrolera que perfora con el ancho necesario para colocar las cápsulas-ascensor, por las que los mineros volverán a la superficie. Se levanta sobre una plataforma equivalente a un campo de fútbol y comenzará a operar el lunes. «A ésta yo le tengo fe», observa un cámara chileno mientras filma la primera noche de este gigante de hierro en San José.
La Schramm T-130 hace realidad el primer sueño: alcanzar el taller donde se encuentran
«Lo que quiero es que lo saquen ya. No importa cómo o con qué máquina, pero que salga». Ruth Contreras es la madre de Carlos Alberto Barrios, un joven de 27 años que «ya no soporta el encierro, eso es lo peor», lamenta mientras consume un cigarro tras otro.
Cuándo será, cómo están, de quién fue la culpa y qué pasará el día después son los principales temas de conversación a la luz de las fogatas. Frente a las tiendas de campaña el fuego reúne pequeños grupos. Hay varios sectores, uno de acceso restringido para los trabajadores de la mina y algunos familiares y otro abierto.
En esta orilla de la montaña, frente a una cantina improvisada, Mónica Araya y otras compañeras cumplen con sus oraciones. «Tengo mucha fe, sólo Dios puede ayudarnos. Ya lo hizo cuando les daban a todos por muertos», recuerda con las manos frotando del frío. Su marido, Florencio Ávalos, su hermano Osmán Araya y su cuñado Renan Ávalos «están abajo».
Presos sin delito
Esta será la expresión más corriente de las familias para referirse a ese pozo de 688 metros donde aguantan día y noche «los presos que no han cometido delito alguno», observa Javier, Dirigente Nacional de la Confederación Minera de Chile.
Atento a su alrededor Byron, hijo de Florencio Ávalos, parece ajeno al drama. «Mi papá es muy bueno, no me pega nunca y me ayuda con la tarea. A mis amigos les pegan “caleta” (una barbaridad)», comenta risueño. «Ya los van a sacar. Cuando salga quiero jugar al fútbol, él me enseño pero ya se me ha olvidado. Pasó mucho tiempo», recuerda. Raúl Valencia, profesor de gimnasia encargado de entretener a la chiquillería comenta: «Para ellos es una aventura. Se lo toman como un juego. No les produce angustia, aunque les echan de menos».
Las horas pasan, la conversación se agota. Los niños y sus madres se acuestan en las carpas. Sólo queda el fuego. No hay grillos. Es el desierto. Lo único que se oye es el ruido de la esperanza. El sonido de las enormes máquinas perforadoras que trabajan sin descanso en busca de los 33 mineros atrapados desde hace casi 45 días.
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