¿Por qué no se le debe dar a Putin el beneficio de la duda en la guerra de Ucrania?

A los bizum moscovitas en español hay que reconocerles su tenacidad, pero no su originalidad. En esencia, sus mensajes son permutaciones de la consigna central del fascismo ruso destilado por Putin: nada es verdad y todo es posible. Este desquiciado alarde de desinformación no aspira tanto a justificar lo injustificable sino a que la opinión pública termine por no crearse absolutamente nada de nada. Lo malo es que algunos medios de comunicación occidentales muerden el anzuelo e intentan aplicar una engañosa equidistancia entre Rusia y Ucrania.

La invasión que empezó hace un año y cinco meses no puede abordarse como un proyecto de investigación científica trufado de hipótesis, metodologías cuantitativas/cualitativas y demostraciones empíricas. La guerra tampoco es un entretenido juego de mesa, tipo Cluedo, en el que gracias a la acumulación de pistas se compite por llegar cuanto antes a la conclusión de que el coronel Mostaza fue asesinado con el candelabro en la biblioteca.

Coherente con su tradición militar de no reparar en destrucción para ganar, Rusia es la gran beneficiada de la voladura de la presa de Nueva Kajovka con sus 18 millones de metros de cúbicos de agua. La catástrofe, que ha inundado más de 80 localidades, se ha producido justo cuando empezaba la esperada contraofensiva ucraniana. Los daños observados en la estructura controlada por fuerzas rusas no se explican sin la detonación interna de cientos de kilogramos de explosivos. Mientras Kiev ve limitadas sus opciones de avanzar, no se debería otorgar a Putin el beneficio de la duda en su guerra de agresión.