¿Y si a Keiko Fujimori la hubieran dejado gobernar hace seis años?
Lo ocurrido desde entonces en Perú sugiere que el veto a la hija del viejo autócrata fue peor que el riesgo que pretendía evitar
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Iniciar sesiónPerú ha tenido seis presidentes en los últimos seis años. En las elecciones de 2016 partidos de diferentes ideologías se unieron en la segunda vuelta presidencial para impedir el triunfo de Keiko Fujimori, quien había ganado claramente en la primera vuelta y cuya Fuerza Popular ... acababa de conseguir la mayoría absoluta en el Congreso de la República, lo que podía haber garantizado la estabilidad gubernamental que luego ha faltado.
Aquel veto, alegando temores a un giro derechista de la política peruana –atribuyendo a la hija de Alberto Fujimori tendencias autoritarias que se dieron en el mandato de este desde el autogolpe de 1992–, puede valorarse como negativo para la vida democrática peruana por lo que ha ocurrido después. No sabemos cómo hubiera sido el gobierno de Keiko Fujimori (¿por qué no darle el beneficio de la duda?), lo que sabemos es que quien ha querido dar un autogolpe, diez años después de aquel otro que marchitó la primavera democrática que conocía Latinoamérica, ha sido un presidente de izquierda, quien precisamente ganó las elecciones de 2021 aglutinando de nuevo el miedo a Fujimori.
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Ocasión perdida
En 2016, Keiko Fujimori obtuvo un amplio respaldo en la primera vuelta electoral, con el 39,86% de los votos, frente al escaso 21,05% de su principal contrincante, el economista Pedro Pablo Kuczynski. Este obtuvo la mitad de los 6,1 millones de votos conseguidos por Fujimori. En la misma jornada electoral se eligieron los integrantes de la única cámara legislativa, el Congreso, en el que Fuerza Popular logró 73 de los 130 asientos. La siguiente opción política, el izquierdista Frente Amplio, se quedó en 20 puestos, mientras que el partido de Kuczynski sumó solo 18, condenando al nuevo presidente a la agonía política.
Ya en 2011 Fujimori se había quedado en puertas de la presidencia, al luchar en un ajustado balotaje con Ollanta Humala, quien de todos modos había ganado en la primera vuelta. Previamente, a Humala le había pasado lo mismo que luego le ocurriría a Fujimori: en las presidenciales de 2006, Humala ganó en primera vuelta, pero el temor alentado por sus opositores, esta vez por su izquierdismo, dio entonces finalmente el triunfo a Alan García. Cuando Humala alcanzó la presidencia en 2011, su gobierno fue moderado, lejos del chavismo que al parecer le había ayudado financieramente cinco años antes. ¿Por qué no esperar una moderación similar en el caso de Fujimori de haber logrado la presidencia en 2016? Los candidatos tienen que gobernar después atendiendo también las sensibilidades políticas de aquellos sectores que les dan apoyo en segunda vuelta: contribuir a la moderación de Fujimori estaba en la mano de sectores de centro que en cambio prefirieron el «cordón sanitario» de Kuczynski, quien aglutinó en su apoyo a fuerzas muy dispares, incluido el Frente Amplio.
Precariedad democrática
En lo que ha ocurrido en Perú desde 2016 tiene también culpa Fujimori, pues el acoso de sus 73 congresistas fue determinante en la caída de Kuczynski y en la del vicepresidente de este, Martín Vizcarra, cada uno de ellos con apenas dos años en la presidencia. El clima de inestabilidad y de corrupción acabó afectando también a Fuerza Popular, que ha ido perdiendo peso en el Congreso; ya la propia Fujimori se había visto previamente salpicada por denuncias e ingresó un tiempo en prisión.
Ese desprestigio de la candidata y de la clase política en general se tradujo en un voto muy fragmentado en las elecciones presidenciales de 2021. Fujimori tuvo su peor resultado, un 13,41% de los votos, pero igualmente pasó a la segunda vuelta, frente a un desconocido Pedro Castillo que había obtenido muy poco más apoyo, un 18,92%, realmente bajo incluso para una primera vuelta, pero fruto de la profunda fragmentación política. En esa jornada se eligió también el Congreso, en el que el partido de Castillo, Perú Libre, logró únicamente 37 congresistas, seguido de Fuerza Popular, con 24, augurando una gran debilidad tanto del futuro gobierno como de la oposición.
El «cordón sanitario» a Fujimori y la novedad que representaba Castillo –un maestro de escuela, procedente de un departamento rural y alejado de Lima, que pareció a muchos la apuesta correcta para luchar contra la corrupción de la clase política–, dieron finalmente el triunfo a este. Castillo obtuvo en el balotaje el 50,13% de los votos, frente al 49,87% de Fujimori. De ganar la tres veces candidata, tampoco habría tenido un gobierno fácil, por el igualmente escaso control del Congreso.
La ocasión propicia para un gobierno sólido y estable se había presentado en 2016 de no haberse propiciado el veto a Keiko Fujimori. Ciertamente populista de derecha, Fujimori en realidad ha dado una muestra más sustantiva de respeto a la constitucionalidad del país –admitiendo dos derrotas por la mínima, la primera de ellas contando con un extraordinario poder político en el Congreso que le permitía alterar la calle– que un Castillo que fue aplaudido por una apariencia de radical honradez.
En estos seis años, se han debilitado las instituciones políticas peruanas, ha colapsado la autoridad presidencial y los partidos políticos que eran más fuertes se han ido desmoronando. Sorprendentemente, hasta ahora la arquitectura institucional del país ha podido sobrevivir a todo esto, pero hoy no está claro con qué instrumentos los peruanos van a poder superar la presente crisis.
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