Las heridas abiertas del 11-S
Buena fe o malicia... La idea de levantar un centro cultural islámico cerca de la Zona Cero despierta la polémica a escasos meses de las elecciones regionales
mario a. avellaneda albán
Eunice habló por teléfono con su hijo Peter segundos antes de que el vuelo AA 175 impactara contra la torre Sur, una de las altivas Torres Gemelas. Murieron su hijo, su nuera y su nieta de dos años. «Yo vi en directo cómo el avión ... chocaba contra las torres. Te imaginarás el dolor que sentí en ese momento, aunque es peor de lo que cualquiera pueda pensar».
Ella, Eunice Hanson, es una de las víctimas de aquel atentado, un testigo de aquel 11 de septiembre de 2001 en que el mundo entero se quedó sin palabras cuando dos aviones comerciales se incrustaron cual misiles en las Torres Gemelas de Nueva York. Nunca antes, ni después, un atentado terrorista había sido tan espectacular. Los míticos edificios se colapsaban un par de horas más tarde dejando un agujero irreparable en el corazón de la Gran Manzana.
Los hierros devoraron casi 3.000 vidas de ciudadanos de muchos lugares -hubo una joven española, Silvia de San Pío, embarazada, muerta junto a su marido John- y destruirían muchas más en los años siguientes. El gobierno de Estados Unidos, en una respuesta fruto del dolor, invadiría Afganistán para encontrar y hacer pagar al verdugo.
Sin embargo, en todos estos años de guerra no ha habido ni un solo rastro de Osama Bin Laden. Dos años más tarde, esta vez bajo el manto de la guerra contra el terrorismo, se invadió Irak. Al día de hoy el saldo de vidas perdidas en las últimas dos invasiones supera, de lejos, el de los ataques del 11-S. Aunque el penúltimo capítulo de este calvario lo protagoniza ahora el debate desatado por la posible construcción de un centro cultural islámico bajo el nombre de «Park 51» a tan solo dos manzanas del «Ground Zero».
Un debate en la base
Thomas A. Warkenthien, bombero retirado de 54 años, participó en las labores de rescate durante aquellas horas de terror. «Estoy completamente en contra de la construcción de la mezquita en aquel lugar, aunque tengan todo el derecho legal a hacerlo. No veo dónde se encuentra el respeto que dicen tener por todos los que murieron allí. Ellos, y todos los que dicen que debería erigirse en ese sitio, tendrían que haber sido testigos de la devastación causada por terroristas. Entonces entenderían lo que se siente».
Y sabe lo que se siente Adele Welty, trabajadora social de 74 años -hoy retirada- que ha vivido siempre en Nueva York. Su hijo, Timothy Matthew Welty, bombero de 34 años, pereció cuando las torres se vinieron abajo. Pero ella está «firmemente a favor» de dicho centro cultural. «Si igualamos a todos los musulmanes decentes y trabajadores de este país con los terroristas, estamos minando lo más básico de nuestra nación: la libertad. Los terroristas no pueden destruir nuestra forma de vida, pero pueden conducirnos hacia el miedo y la autodestrucción logrando que violemos nuestros propios derechos constitucionales de libertad de culto y religión».
La controversia desatada por los planes del imán Feisal Abdul Rauf, promotor del proyecto, que inicialemente se llamó «Casa Córdoba», se mece entre estos dos argumentos y sus innumerables variantes. Aunque el razonamiento de Adele sea lógico y coherente, es difícil, si no imposible, refutar las razones cimentadas en la pérdida y la rabia que aún sienten muchos de los familiares de las víctimas. Sandra Dahl, esposa de Jason M Dahl, capitán del vuelo United 93, me dice alterada que se opone a la construcción en «Park 51», y me pregunta: «¿Qué hay en el corazón de esas personas? La localización debería moverse unas millas por respeto a las víctimas. En serio, ¿qué hay en sus corazones? Para los terroristas sería como darnos una bofetada en la cara usando nuestras propias leyes y derechos constitucionales».
Debra Burlingame, hermana del capitán Charles Burlingame (vuelo de American Airlines 77 que impactó contra el Pentágono con 64 personas a bordo), es categórica y me contesta que está «en contra de la mezquita. El imán es un insensible, un fraude como persona y un arrogante».
Un lugar sagrado
El núcleo de esa controversia, al menos para la mayoría, está en la ubicación del centro cultural (ver mapa en página 5). Dov Shefi, abogado de 77 años y padre de Hagay Shefi, que se encontraba en el piso 106 de la torre Norte, considera que «construir el centro en este lugar sagrado, que es como un templo para los familiares de las víctimas, sería una profanación».
Eunice Hanson, protagonista como hemos visto de una de las historias más impactantes del 11-S, tampoco entiende la necesidad del emplazamiento: «¿Por qué es tan importante construir una mezquita en este sitio? Para mí no solo se trata de un terreno sagrado, sino de un cementerio. Muchos nunca recuperamos los cuerpos de nuestros seres queridos». Como ella, muchos familiares y supervivientes no se oponen a la construcción del centro cultural, pero piden que se haga en otro sitio.
Terry Strada, viuda de Tom Strada, tampoco entiende «¿por qué insisten en construirla en ese lugar si pueden hacerlo en cualquier otro sitio de Manhattan?», y Maureen Hunt, que perdió a su hermana Kathleen, dice que «habiendo tantas mezquitas en Nueva York, ¿por qué no hacer de ellas un centro cultural?». Para ellos es una cuestión de tacto y sensibilidad. Sin embargo, hay familiares que no están de acuerdo con que una mezquita insulte la memoria de los allí fallecidos.
Robyn Bernstein, de 46 años, perdió a su madre Roberta y cree que si «se piensa objetivamente, gente de todas las creencias religiosas murieron ese día. Si nos dejamos llevar por el odio y el miedo, nuestro país no será diferente a los regímenes represivos. Yo no quiero que se prohíban los derechos de los ciudadanos americanos en nombre de mi madre o de cualquier víctima».
Miedo y confusión
En la novela gráfica «American Widow», Alissa Torres cuenta cómo vivió ese día. Su marido, Luis Eduardo Torres, colombiano de 31 años, llevaba solo dos días trabajando en Cantor Fitzgerald, en la torre Sur. Al final de aquel martes negro 658 trabajadores de esta empresa murieron aplastados. Pero Alissa me dice que está a favor de «Park 51» porque «ni se trata de una mezquita, ni está en la Zona Cero, y la diversidad es lo que hace grande a esta ciudad».
John Leinung tampoco tiene ninguna objeción en contra. «Mi hijo -Paul Leinung, 22 años- fue asesinado por extremistas y fanáticos, no por el islam. Tengo amigos musulmanes que me mostraron su espanto por lo sucedido». John asegura que es «el miedo y la confusión la que está siendo utilizada por políticos y tertulianos para sus propio beneficio, y te puedo decir varios nombres: Rick Lazio y Carl Paladino, candidatos a gobernador de Nueva York. Rush Limbaugh o Sean Hannity, editoriales del «New York Post» y el «Wall Street Journal». Y por supuesto Sarah Palin y NewtGingrich».
El 16 de agosto, en una aparición en la cadena Fox, el posible candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos para las elecciones de 2012, Newt Gingrich, dijo, en referencia a la construcción del centro cultural que «los nazis no tienen derecho a colocar un símbolo al lado del museo del Holocausto en Washington», y añadió que los estadounidenses nunca hubiesen aceptado «que los japoneses construyeran un templo al lado de Pearl Harbor. No hay razón entonces para aceptar una mezquita cerca del World Trade Center».
Familiares como Barbara Jackman, antigua profesora de secundaria, se hace eco de este argumento. Su hija Brooke, de 23 años, llevaba trabajando tres meses en Cantor Fitzgerald y había vivido en Valencia y Barcelona años atrás. Para Barbara «no es cuestión de libertad religiosa, como dicen por ahí, porque de lo contrario habría protestas en otras mezquitas. Los alemanes no edificaron ningún símbolo sagrado cerca de Auschwitz», me dice.
Un superviviente, Gary Corbet, 59 años, opina que «sería como el comienzo de un nuevo califato de Córdoba,» y Todd Higley, hermano de Robert Higley (torre Sur), habla de una victoria musulmana, y sentencia: «¿Y por qué no una sinagoga en un barrio sirio bombardeado por Israel? Es el mismo principio». En el otro bando, estas comparaciones también encuentran respuesta.
Herbet Ouida, 68 años, que tuvo la suerte de salir con vida, replica diciendo que aquellos que secuestraron los aviones «no representaban la fe musulmana. Eran terroristas que deformaron el nombre de Alá, tal y como hizo Hitler con el nombre de Cristo cuando asesinó judíos durante la guerra. Esta controversia viene de la distorsión y el dolor». Su hijo Todd, de 25 años, no logró salir con vida.
Para Andrea LeBlanc, miembro de PeacefulTomorrows (organización que agrupa a más de 200 familias víctimas del 11-S), es una oportunidad para «dar un paso hacia el entendimiento y la tolerancia. Es triste que personas en el poder utilicen la reacción lógica de miedo y rabia para crear confusión. Una sociedad tiene el deber de ayudar a sus ciudadanos a entender la verdad y despejar la retórica enfurecida. Muchos musulmanes también murieron en los ataques. Ellos también han sufrido y siguen sufriendo el terror de las guerras que luego llevamos a sus países».
Su esposo, Robert G. LeBlanc, era profesor emérito de Geografía en la universidad de New Hampshire. Andrea, al igual que Eunice Hanson y millones de personas alrededor del planeta, vio cómo el segundo avión, en el que iba Robert, estallaba contra el World Trade Center.
¿Islamofobia?
El hijo de Carol Olsen fue uno de los bomberos que falleció en «el horror del 11-S». En una carta dirigida al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, Carol le dice que «la apatía ante el dolor de las familias y amigos de la gente asesinada en nombre de Alá hace que grupos como SIOA sean sus únicos aliados».
SIOA (Stop Islamization Of America) se traduce como «Detegan la islamización de América» y su grito de guerra -«Todo lo que necesitaba saber sobre el Islam, lo aprendí el 11-S»- se ha convertido en uno de los habituales de las manifestaciones en contra de «Park 51». Bloomberg, por su parte, ha recibido numerosos reproches por haber afirmado que «el cien por cien de las familias apoyan la construcción del centro cultural islámico».
Si para algunos era solo una cuestión de ubicación, hay estadounidenses que, como Marianne Barry, viuda del oficial Maurice Barry, se oponen «definitivamente» y piensan que el nombre inicial del proyecto «Casa Cordoba», se debía a que los musulmanes «se sienten orgullosos de la conquista de España e intentan hacer lo mismo en mi país.
Se dice que construyen una mezquita cuando han conquistado un lugar. ¿Quiere decir que han conquistado Estados Unidos? Si no es así, ¿lo intentarán en el futuro?». Debbie Rand, prima de Donald Greene (pasajero del United 93), me dice que ella «siente que los musulmanes están intentando hacerse con el mundo», mientras que Vera Murphy Trayner, mujer de Patrick Sean Murphy, opina que «es un signo de victoria del islam sobre América».
Otros hablan de miedo y de lo que pueda pasar. Hilda Marcin volaba desde Nueva Jersey a Danville (California), donde vive su hija Carole O´Hare. Se había jubilado y quería vivir en compañía de su familia. Para Carole es «un tema complicado. No se trata de los musulmanes que quieren practicar tranquilamente su religión, sino de aquellos que quieren matar a otros. En Alemania cerraron una mezquita que tenía lazos con terroristas.
Una parte de los 19 terroristas del 11-S se había reunido en una mezquita en San Diego, donde recibieron financiación. No es sólo una cuestión religiosa , es sobre lo que pueda pasar. Además, el imán Feisal quiere traer la «sharia» (ley islámica) a Estados Unidos. Nosotros tenemos nuestra Constitución y ninguna ley religiosa puede estar por encima de eso».
Pero nadie deja tan claro este sentimiento de confusión y desconfianza como Joan, esposa de Salvatore Fiumefreddo, quien nunca antes había trabajado en el WTC y se encontraba allí como equipo de refuerzo para reparar un problema técnico en Cantor Fitzgerald. «No conozco ninguna otra ‘‘religión’’ que haya asesinado norteamericanos y a extranjeros en nuestro suelo. Si esta gente realmente quiere que nos llevemos bien, ¿cuál es el problema en construir en otro lugar? Es porque no es eso lo que quieren. No se puede confiar. Hay muchos extremistas en esa religión. Tiene que haber algo de verdad en toda la información negativa que envía la gente por e-mail y otros medios».
Vicki Tureski, que perdió a su cuñado, lleva este razonamiento al límite: «se trata de una conquista. Quien no lo ve es un ingenuo». ¿Está el 11-S, excluyendo a los musulmanes de la sociedad de EE.UU?
Un falso conflicto
En el otro lado de la polémica, Valerie Lucznikowska, recuerda que «19 extremistas forman parte del grupo de asesinos violentos y terroristas, como lo es Timothy McVeigh, un norteamericano católico-romano que mató a 168 personas en Oklahoma». Además cree que renunciar a una de las claves de la Constitución, la libertad de culto, «sería dar la victoria a los terroristas».
Para esta tía de una de las víctimas, al igual que para Bruce Wallace, tío de Mitch Wallace, que murió ayudando a evacuar la torre Sur, la realidad es que «los musulmanes americanos están siendo objeto del miedo y la paranoia, una situación que vivieron los negros años antes». Bruce asegura también que «no hay un debate real sobre el Park 51’», sino, como dice Valerie, «gente que sabe poco o nada sobre el islam y de un grupo de políticos y medios que ganan adeptos asustando a la gente. Les hacen creer que solo ellos pueden proteger a EE.UU. del terrorismo y para ello acusan a TODOS los musulmanes de terroristas».
Donald Goodrich, presidente de PeacefulTomorrows, en otra carta a Bloomberg, le dice que «nadie tiene derecho a hablar en nombre de aquellos que perdieron familiares y amigos aquel terrible día. Los sentimientos de las familias son variados y solo ellos los conocen. Los que generalizan acerca de cómo se sienten los familiares o qué les ofende, especialmente cuando lo que buscan son ventajas políticas, hablan sin ninguna autoridad, y son ellos los que ofenden».
Terry Greene, cuyo hermano también falleció en el vuelo Unitede 93, opina que «los neoyorquinos que conocen la zona aprueban la construcción del centro cultural. Los medios, sin ofender, aman presentar controversias antes que hechos o intentar unir a la gente». El 25 de mayo el pleno de los representantes del distrito financiero de Manhattan apoyaron el proyecto en una votación que dejó como resultado 29 votos a favor y 1 en contra.
Mary Perillo, vecina de la zona y superviviente se siente ofendida cuando escucha decir que la mayoría de los vecinos se oponen: «Este centro estaría a dos manzanas de una zona llena de comercios. Si a eso se le puede considerar un terreno sagrado, ¿qué pasa con los clubes de boxeo, los bares de striptease, restaurantes y tiendas? Si hay que buscar un debate, una polémica, ¿qué me dice de los molestos vendedores de recuerdos del 11-S frente a la Zona Cero? Eso es realmente insensible y ofensivo, no un centro comunitario con diferentes instalaciones para todos los vecinos y además un espacio de rezo para los practicantes del Islam». Las heridas abiertas del 11-S escuecen más que nunca.
A favor: «Los EE.UU siempre decimos al mundo que somos todo lo que los 19 terroristas no eran»
Avrame Zelmanowitz trabajaba en el piso 27 de la torre Norte y pudo haber escapado fácilmente. En cambio decidió quedarse con un amigo cuadrapléjico hasta que los rescataran. Murieron juntos. Su hermana, Rita Lasar, es una de las fundadoras de PeacefulTomorrows y sostiene que «los EE.UU proclamamos al mundo que somos todos lo que los 19 secuestradores no eran: damos la bienvenida a todas las personas para que puedan practicar sus creencias libremente y a discutir sobre los temas cotidianos alejados de la violencia. Hay gente que parece no darse cuenta que con sus acciones debilitan la imagen de este país. El barrio donde vivo, East Village, es una increible mezcla de culturas y grupos de gente que se esfuerza por vivir en armonía. Ese es el país donde quiero vivir.»
En contra: «Insulta la memoria de mi hijo, y su tumba»
El 11 de Septiembre de 2001 Patricia Bingley acababa de sentarse en el salón de su casa con una taza de café cuando al encender el televisor presenció, en directo, la muerte de su único hijo Kevin. En una carta dirigida al presidente de los EE.UU. Barack Obama, Patricia le explica que ella entiende que «los musulmanes, como cualquier otra religión, puedan levantar un templo donde ellos sientan que lo necesitan».
Lo que esta inglesa no entiende, dice, «es que tengan que construirlo tan cerca del lugar donde 3.000 personas inocentes fueron quemadas hasta morir o echas añicos (...) Es triste pero innegable que los responsables de estas muertes innecesarias e insensibles fueron extremistas islámicos». Patricia continua explicandole al presidente Obama que Kevin «era la luz de su vida, tal y como lo son sus dos hijas. No soy una intolerante religiosa, todo lo contrario. Pero como madre, quiero proteger la memoria de mi hijo, y esto, es insultante».
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