La extrema derecha se fortalece en Austria

«Son gente decente, no te engañan, dicen las verdades que los otros no se atreven a decir», justificaba su voto a medios locales, el domingo, una jubilada. «Sabes quiénes son, desde generaciones, y conocen bien nuestros problemas», añadía otro votante, seguramente refiriéndose al originario de Carintia Jörg Heider, que en los 90 puso en un brete a la UE cuando, desde el gobierno de Viena, amenazó con sacar a Austria de la Unión. Pero todo ello quedaría en anécdota alpina si no fuese porque se dan varios factores que apuntalan el auge del PFÖ.

Si hoy hubiera elecciones en Austria, el partido obtendría un 29% de los votos, según las últimas encuestas. Desde el ascenso en 2021 de su nuevo líder, Heribert Kickl, antiguo ministro de Interior de 54 años, el partido se ha despegado abruptamente del 16% obtenido en la votación de 2019 y se alimenta de la frustración que ocasionó la pandemia, del miedo que causa la guerra en Ucrania y de la desaparición de Sebastian Kurz como líder de la derecha austriaca, que abandonó todos sus cargos, tanto en el gobierno como en el Partido Popular VÖP, tras destaparse un escándalo de corrupción en el que, sin embargo, no estaba directamente implicado.

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Su primera misión, según le recordó el Jefe de Estado, será gestionar la pandemia de covid-19 y «no hacer promesas falsas».

Aunque en las regionales de Carintia todavía tienen mayoría, los socialdemócratas han perdido más de un 9% de los votos y en las encuestas van claramente por detrás, con un 24% de intención de voto, al igual que Los Verdes, con los que forman la actual coalición de gobierno en Viena. Y la clave de este apogeo parece ser el liderazgo de Heribert Kickl, que el domingo anotó su segundo triunfo, tras las pasadas regionales de Baja Austria.

Los mítines electorales de Kickl se parecen mucho a fiestas populares. Un grupo de cuatro o cinco músicos ameniza, entre intervención e intervención, con los títulos imprescindibles del floklore local. Cerveza, salchichas y carteles en los que aparece Kickl, con chaqueta militar junto al eslogan: «Fortaleza Austria. Cerrar las fronteras y garantizar la seguridad». Cuando sube al escenario, que a menudo no es más que el remolque de un tractor, carga sin falta contra las «élites políticas» y defiende la neutralidad de Austria, tras criticar duramente las ayudas económicas a Ucrania por parte del Gobierno de Karl Nehammer, el conservador que gobierna en Viena en coalición con Los Verdes.

Kickl deja claro que él no habría obligado a nadie a vacunarse, que no permitiría que la inflación se cebase con los más pobres, como está ocurriendo «por culpa de las sanciones contra Rusia», y que pelearía por que los jóvenes austriacos crezcan «arraigados en su tierra». Y a su discurso asienten tanto jóvenes como mayores, obreros y empresarios, pueblos de 1.500 habitantes como Stall im Mölltal y ciudades como Villach, la segunda más grande de la capital, Klagenfurt, donde el FPÖ ha obtenido el 25% de los votos.

«Desde las elecciones en Baja Austria y estas de Carintia, parece prevalecer la convicción de que los opositores a las vacunas y a los confinamientos no han olvidado, y que el FPÖ, que durante la pandemia dirigió a todas esas personas con el liderazgo de Herbert Kickl, recibe ahora votos de agradecimiento», ha explicado el politólogo Johannes Huber, en un artículo publicado en Vienna.at, que reconoce que para el Partido Popular VÖP será muy difícil, tanto en los gobiernos regionales como en Viena, prescindir del FP¨Ñ para formar gobiernos.

Kickl ha desarrollado gran parte de su carrera política en la sala de máquinas del FPÖ, sin demasiada exposición. Fue considerado durante mucho tiempo el «cerebro» del partido por parte la prensa austriaca, porque era quien escribía los discursos de Jörg Haider.

En diciembre de 2017 juró su cargo como ministro de Interior, en una coalición entre el FPÖ y el conservador Kurz, lo que terminó teniendo serias consecuencias para Austria. Los servicios de inteligencia de los países occidentales fueron separando a Austria de los programas para compartir datos porque el titular de Interior no les merecía la confianza necesaria. Como ministro, trabajó por el rearme de Austria, aceleró las deportaciones e inició una enmienda constitucional para imponer la prisión preventiva a los solicitantes de asilo considerados una amenaza para el orden público, antes de verse obligado a dimitir por el denominado «escándalo Ibiza», cuando aparecieron pruebas de que directivos del FPÖ estaban dispuestos a vender favores estatales a supuestos oligarcas rusos.

Kickl se erigió sobre las cenizas de la directiva que cayó arrasada por aquella trampa, escenificada por medios de comunicación, que infiltraron en su entorno a una actriz que se hacía pasar por la falsa sobrina de un ruso adinerado y grabó toco en vídeo.