Elecciones en EE.UU: el gran abismo entre campo y ciudad
Como en 2016, las encuestas vaticinan que las grandes ciudades rechazarán a Trump
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Iniciar sesiónEl trayecto de Washington, la capital de Estados Unidos , a Culpeper, una pequeña localidad de Virginia, toma apenas una hora y media, pero bien podría ser un viaje completo de un margen del espectro político de este país al extremo opuesto. Se nota ... ya desde la ventanilla del coche. En la ciudad y sus suburbios, los carteles con el nombre de Biden van disminuyendo de jardines y ventanas hasta desaparecer. Cuanto más grandes y espaciadas son las casas, y más amplio el campo que las rodea, más carteles de Trump se ven.
Las elecciones de 2016 lo dejaron claro y las encuestas de este año lo confirman. Salvo contadas excepciones, los centros urbanos votan demócrata y el campo vota republicano. Esta realidad está alterando profundamente el mapa electoral del país, y ha logrado algo que hace sólo una década era impensable: Virginia, otrora estado sólidamente republicano, es hoy un gran bastión demócrata que ni siquiera está en juego en estas elecciones. En las encuestas, Biden ha llegado a estar 17 puntos por encima.
En Culpeper, como en muchas otras zonas rurales de Virginia, los votantes son conscientes de que sus prioridades son muy diferentes a las de Washington y las grandes ciudades. «A mí lo que de verdad me importa son las armas, y que no nos las quite el gobernador, como quiere hacer, igual que Biden si gana», dice Davis Ellis, de 43 años, que trabaja en logística, y que ya en enero fue a una manifestación en Richmond, la capital, a favor de la tenencia de armas. El gobernador, el demócrata Ralph Northam, no ha dicho que vaya a requisar armas de asalto, pero sí ha aprobado duras restricciones para dificultar su compra.
«A mí lo que de verdad me importa son las armas, y que no nos las quite el gobernador, como quiere hacer, igual que Biden si gana», dice Davis Ellis, de 43 años
En Washington, la preocupación es la contraria: la gran proliferación de armas en las calles, que el año pasado provocaron al menos 166 muertes por homicidio, según cifras policiales. En marzo, la alcaldesa de la ciudad, la demócrata Muriel Bowser, prohibió la adquisición y venta de revólveres caseros, armas que se ensamblan en casa siguiendo manuales de instrucciones descargados de internet. Según afirma Bowser en un correo electrónico enviado por su oficina, «cualquier arma, en las manos equivocadas, es un peligro». Esta afirmación es un ejercicio de contrastes con respecto a lo que piensa la parte rural de Virginia.
No es que la capital sea parte del estado. En realidad es un distrito federal independiente, pero se formó con partes donadas por Virginia y Maryland en 1790. A lo largo de las décadas ha crecido y crecido, convirtiéndose en una gran área metropolitana que se ha ido comiendo las afueras, desparramándose sobre Virginia y regalándole el estado a los demócratas.
El 90% de Clinton
En Washington, Hillary Clinton logró un 90% del voto en 2016. En los suburbios de Virginia de Fairfax, Loudoun y Prince William, estuvo en torno al 60%. Trump, es cierto, ganó en más condados, en 55 de un total de 95, pero eso no le bastó para imponerse en el estado, al quedar 212.000 votos por debajo de la demócrata. En general, los grandes centros urbanos son cada vez más demócratas, porque residen en ellos, y por lo tanto pueden votar, más jóvenes, más personas de raza negra y más hispanos. En las otras grandes ciudades de Virginia —Roanoke, Richmond y Norfolk— se impusieron los demócratas en 2016 y todo apunta a que volverá a ser así ahora.
Hace cuatro años, Clinton ganó en solo una sexta parte de los 3.100 condados que hay en todo EE.UU. Pero la demócrata se impuso en 11 de los 137 que tienen más de 500.000 habitantes. Es decir, según William Frey, del instituto Brookings, «las proyecciones demográficas indican que la población en los condados que ganó Clinton seguirán creciendo y dispersándose, lo que supone una ventaja futura para los demócratas».
De todos modos, eso no quiere decir que estas elecciones estén ya decididas, porque el sistema electoral de EE.UU. no es de voto directo. En 2016 Clinton obtuvo tres millones de votos más que Trump, con una gran victoria en ciudades como Washington, Nueva York o Los Ángeles, pero el reparto del colegio electoral acabó beneficiando al hoy presidente.
Tras las elecciones de 2016, Kyron Huigens , de la facultad de derecho de la universidad Yeshiva hizo una proyección que demostró que un voto a la presidencia en Wyoming, un estado rural, valía lo mismo que 57 en California, el gran bastión demócrata, articulado por grandes ciudades desde San Diego a San Francisco. Cada voto de otro estado rural, Dakota del Norte, valía 44 de California. En Montana era un voto por 31. Y en Nebraska, uno por 18. Es decir, a pesar del abismo que media entre las zonas rurales y urbanas, más pobladas estas últimas, hay en pie una serie de salvaguardas que le dan al campo un mayor poder de decisión del que debería tener si el reparto fuera proporcional.
Tanto inquietan estas salvaguardas a los demócratas que el año pasado cuatro de ellos en el Senado —Dianne Feinstein, Brian Schatz, Dick Durbin y Kirsten Gillibrand— presentaron un proyecto de ley para acabar con ese sistema y elegir al presidente por voto directo, c omo sucede en muchos otros sistemas presidenciales. Según la senadora Gillibrand , que es de Nueva York, «todo estadounidense debe saber que su voto cuenta por igual sin importar en qué estado viva, y es por eso que necesitamos un sistema más democrático que garantice que a cada persona le corresponde un voto, y no más».
Los dos últimos presidentes republicanos, Trump y George Bush hijo, llegaron a la Casa Blanca perdiendo el voto directo, pero ganando en el colegio electoral
Los republicanos han congelado, de momento, esa iniciativa. Tiene sentido. El gran peso de las zonas rurales de EE.UU. en el sistema electoral les beneficia, porque ese partido suele tener resultados mediocres en las grandes urbes. Los dos últimos presidentes republicanos, Trump y George Bush hijo, llegaron a la Casa Blanca perdiendo el voto directo, pero ganando en el colegio electoral.
Según Jonathan Rodden , experto en Ciencia Política de la universidad de Stanford, los demócratas se convirtieron en un partido urbano durante el New Deal, el periodo posterior a la Gran Depresión, cuando formaron vínculos con sindicatos y ganaron el apoyo de los trabajadores industriales de las ciudades. «Sorprendentemente, un mapa del apoyo de los demócratas en la actualidad sigue siendo en gran medida un mapa de la industrialización de principios del siglo XX. Pero la concentración geográfica de demócratas en las ciudades solo se ha intensificado desde la década de 1980», según asegura Rodden.
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