El difícil Gobierno de Lula con 23 partidos en el Congreso y una fuerte oposición en la calle
Bolsonaro, que logró tantos votos como el líder del Partido de los Trabajadores en sus mejores tiempos, alienta el malhumor por el resultado
Lula asume la tarea de acabar con las trincheras políticas en Brasil
El triunfo por la mínima de Lula da Silva en Brasil ahonda en el vaticinio de un Gobierno complicado. Si bien la diferencia de dos millones de votos es suficiente para no cuestionar sustancialmente el recuento -y eso impidió un inmediato desconocimiento del resultado ... por parte de Jair Bolsonaro-, un apoyo del 50,9% a Lula frente al 49,1% del actual presidente habla de un país muy polarizado: la mitad del electorado no quiere al líder del Partido de los Trabajadores (PT) en el palacio de Planalto (como la otra mitad no quiere que Bolsonaro siga en él). Quienes se han opuesto a Lula son mayoría en el motor económico del país (Sao Paulo, Río de Janeiro y los estados del sur), y los que lo han apoyado predominan en los lugares de menos desarrollo (Amazonia y la punta este), a excepción de Minas Gerais, que ha jugado de báscula.
Lula ha batido un récord personal al haber obtenido 60,3 millones de votos, pero Bolsonaro ha logrado 58,2 millones, la misma cota alcanzada por Lula en 2006 (58,3 millones) y superando la de éste en 2002 (52,8 millones). El resultado del actual presidente también supera los votos de Dilma Rousseff en 2010 y en 2014, que ya sobrepasó en su elección de 2018.
En minoría en el Congreso
Lula tiene por delante un Gobierno difícil. Claramente es así en el terreno económico: nada que ver con sus dos mandatos de 2002 a 2010, en los que Sudamérica -y Brasil en cabeza- experimentó la 'década de oro' por el superciclo del precio de las materias primas. La alta inflación, la elevada deuda o la previsible reducción de las inversiones anuncian un crecimiento económico de apenas un 1% en 2023 y un contexto de comedido gasto público.
En el campo político las dificultades también se acumulan, pues Lula afronta divergencias territoriales (el PT manda en menos estados que los bolsonaristas) y está en minoría en el Congreso. En las elecciones legislativas celebradas en octubre, coincidiendo con la primera vuelta de las presidenciales, el Gobierno de Bolsonaro se vio reforzado en la Cámara de Representantes, con 226 diputados alineados (61 de ellos del Partido Liberal, la formación del presidente), una oposición de 197 (53 del PT) y otros 90 sin adscribirse a ninguna de las dos coaliciones.
Lula parte, pues, con un Congreso adverso, compuesto por 23 partidos diferentes. El elevado número de partidos es, ciertamente, una característica del sistema político brasileño, que ha sido etiquetado de 'presidencialismo de coalición' (para alcanzar el poder y luego gestionarlo hay que construir complejas coaliciones), pero no deja de constituir una presión en la labor presidencial diaria.
Esa atomización empujará posiblemente a que, una vez dejado el poder, el bolsonarismo pierda algunos socios, quizás incluso a que el PL se desintegre tan rápidamente como creció cuando Bolsonaro tomó su liderazgo, pues otra característica de la política brasileña es el transfuguismo entre los diputados buscando beneficios personales. Eso dependerá de la trayectoria que a partir de ahora siga el excapitán del Ejército. Si decide mantenerse en la primera línea política, es evidente que la derecha populista tiene un espacio, máxime haciendo oposición a Lula, quien para ese sector de la sociedad viene a encarnar todo lo malo.
Posible decepción
La atomización, por otra parte, puede ser útil al nuevo presidente para así poder construir una base de apoyo más extensa. Pero el haber acudido a las elecciones con Geraldo Alckmin como vicepresidente (fue su rival presidencial en 2006 como líder del PSDB, el gran partido de centroderecha que ha venido siendo alternativa de poder al PT) es señal de un espectro ideológico demasiado amplio como para no evidenciar fisuras a medida que avance el mandato.
Durante la campaña electoral el propio Lula ha evitado concretar muchos aspectos del programa de Gobierno, especialmente en economía, dejando entrever, para no provocar miedo entre el empresariado, que podría seguir una agenda ligeramente liberal, pero al mismo tiempo sin pronunciarse del todo para mantener la adhesión de los sectores tradicionales del PT.
Si al entusiasmo con que Lula fue acogido en su anterior etapa (obtuvo alrededor del 60% del voto en 2002 y en 2006) siguió la gran decepción de la posterior corrupción, facilitada por los ingresos de aquella 'década de oro' sudamericana, a la victoria de ahora puede seguir el desencanto por un menor progreso socioeconómico del imaginado, en este momento de intensas turbulencias internacionales.