Los ataques islamistas en Daguestán contra iglesias y sinagogas dejan a Putin sin argumentos

La guerra en Gaza no es la única explicación para los ataques, porque de hecho los terroristas buscaban más víctimas cristianas que judías. El asesinato y degollamiento de un párroco ortodoxo ha sido especialmente odioso y desconcertante para la opinión pública rusa. Desde la caída de la Unión Soviética, tanto Daguestán como otras repúblicas caucásicas rusas han conocido un islamismo terrorista de baja intensidad, que repuntó en los momentos de fama de Al Qaida y Estado Islámico.

Ahora se mantiene vivo, pese a los intentos de Vladimir Putin de hacer creer -incluso a su propia opinión pública- que a diferencia de Occidente Rusia ofrece un ejemplo de convivencia y tolerancia con el islam, después de tantas décadas de ateísmo oficial. A diferencia de lo que ocurriera en el pasado, ya no es posible esconder bajo la alfombra la agitación islamista en el Cáucaso. Ni el problema con el islam radical y el yihadismo que tiene Rusia, el país con más musulmanes del continente, unos 14 millones de fieles, alrededor del 10 por ciento de la población total.

Los ataques del domingo en dos ciudades de Daguestán, de claro signo terrorista, se vinculan al audaz golpe yihadista del pasado mes de marzo contra un teatro de Moscú, reivindicado por Estado Islámico. También en aquella ocasión, el Kremlin acusó en un primer momento al gobierno de Ucrania y a sus aliados occidentales, hasta que la tesis se cayó por su propio peso.

Putin entonó entonces, como ahora, la melodía de que no puede venir ningún mal del islam, tampoco del radical, por la «excelente armonía étnica y religiosa» que se vive en Rusia. Harán falta golpes más audaces que los del domingo para que el Kremlin cambie su narrativa, y deje de señalar a Ucrania y a Europa como origen de todos los males.