Soldados en máxima alerta y periodistas a la espera en una isla fantasma

Evacuada tras el ataque del régimen dirigido por Kim Jong-il, Yeonpyeong es una isla fantasma por la que pululan soldados en máxima alerta y periodistas esperando el estallido de la guerra

PABLO M. DÍEZ

pablo m. díez

Armados con fusiles de asalto y luciendo chalecos antibalas sobre sus uniformes caquis de camuflaje o azul marino, los soldados surcoreanos y los grupos especiales de la Policía dan la bienvenida al barco de Incheon que llega hasta la isla de Yeonpyeong. A solo ... once kilómetros de Corea del Norte , está a tiro de piedra del régimen estalinista de Pyongyang . O, mejor dicho, de bomba, como las que cayeron el martes matando a cuatro personas, hiriendo a otras 18 y arrasando una veintena de casas.

En las disputadas aguas del Mar Amarillo, Yeonpyeong es la primera línea del frente en la última frontera de la Guerra Fría. Así lo demuestran las viviendas de una planta reducidas a escombros en los callejones del centro. Junto a los afortunados inmuebles que no sufrieron daños por esas caprichosas casualidades del destino, conviven fachadas calcinadas, techos desplomados, amasijos carbonizados de lo que parecen ser bicicletas y muebles hechos triza.

Con sus puertas aún abiertas y los cochecitos de bebé en los jardines, casi todas las casas han sido abandonadas a la carrera. Por las calles, alfombradas de cristales rotos, solo desfilan camiones militares, patrullas de policías, perros hambrientos “olvidados” por los evacuados en su huida y legiones de periodistas cámaras y micrófonos en ristre esperando el estallido de una nueva guerra en Corea.

De los 1.700 habitantes de Yeonpyeong, sólo quedan 30 , la mitad ancianos que apenas pueden moverse y la otra mitad campesinos o pescadores atados a sus faenas. Uno de ellos es Kwang Hyun-an , quien se esmera en lavar kilos y kilos de coles en grandes barreños de plástico bajo las reventadas ventanas de su casa, cuyas lunas saltaron por los aires con los obuses norcoreanos pero ya han sido forradas con cartones.

Acostumbrados a la tensión con el Norte

“No puedo irme porque tengo toneladas de cangrejos en las cámaras frigoríficas y aún me queda condimentar el “kimchi” (la picante verdura local)”, explica a ABC sin dejar sus labores. Casado con una isleña, este agricultor y pescador de 52 años lleva toda su vida en Yeonpyeong, donde ya se había acostumbrado a la tensión constante con Corea del Norte. “Pero esto ha sido una desagradable sorpresa porque nunca pensamos que atacarían a civiles”, concluye meneando la cabeza incrédulo antes de volver a sus coles en remojo.

Con él coincide Lee Kang-hee , otro humilde campesino de 55 años que el miércoles huyó con lo puesto y ha regresado para recoger su ropa y largarse al cabo de una hora en el siguiente ferry de vuelta. “Quiero recuperar mi casa en la isla, pero mi familia no tiene adónde ir”, confiesa nervioso y sosteniendo un pitillo entre sus dientes cariados.

Durante la refriega, Lee se escondió en uno de los refugios antiaéreos desperdigados por la isla , pero se queja de la falta de previsión. “Seguí a la gente que corría despavorida porque no sabía qué hacer, ya que nunca habíamos hecho un simulacro de ataque”, se queja acariciándose la barba de tres días. “Cuando volví a mi casa de noche, no había electricidad y todo estaba tan oscuro que tuve que alumbrarme con un mechero”, recuerda aún aterrorizado.

Sus ancianos padres, que nacieron en Corea del Norte pero se asentaron en Yeonpyeong tras el fin de la guerra (1950-53), le esperan en la casa de baños que el Gobierno ha habilitado en Incheon para unos 120 refugiados que no han podido ir a casa de sus parientes.

La eficacia y laboriosidad coreanas

“El lunes habremos terminado quince cabañas prefabricadas de 18 metros cuadrados para que regresen quienes han perdido su hogar”, anuncia orgulloso Kim Sam-yeol, el director de obra de la empresa KDR, que donará dichos módulos. Dando buena cuenta de la eficacia y laboriosidad coreanas, sus empleados, uniformados con petos verdes, se afanan cortando y juntando bloques de contrachapado en el patio de la escuela local, presidida por la estatua del rey Sae-jong de la esplendorosa dinastía Chosun.

“La isla tiene una larga historia y no podemos permitir que Corea del Sur la abandone después del ataque”, apela al patriotismo el director de la oficina gubernamental, convenientemente ataviado para la ocasión con un abrigo militar.

Con todos los niños evacuados, el vecino colegio ha sido tomado por 200 periodistas y 60 funcionarios estatales, encargados de calibrar los daños y vigilar las viviendas desde la contigua oficina del distrito. El desembarco mediático ha contado con un barco fletado por las televisiones coreanas, que han inundado el pueblo con las antenas de sus unidades móviles y convertido las ruinas en un gran estudio al aire libre plagado de focos, generadores y cables.

Oportunidad de negocio

Junto al millar de soldados desplegados en la base militar, suponen una buena oportunidad de negocio para los avispados pescadores que han optado por quedarse en la isla. Llevando a los periodistas de un lado a otro en sus camionetas, compensan la pérdida de ingresos por la prohibición de salir a navegar tras el bombardeo.

También ha tenido buen olfato la cadena de supermercados GS25, que ha abierto una tienda donde vende desde “noodles” (fideos) instantáneos hasta cepillos de dientes pasando por helados y cervezas. Sin duda, un menú mucho más variado que las raciones de campaña repartidas por el Ejército.

“No tenemos miedo y estamos preparados para luchar” , insiste un mayor que ha acudido al refuerzo de las tropas acantonadas en Yeonpyeong, en primera línea del frente coreano.

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