Nihilistas rusos
La breve noticia contaba que un muchacho ruso había asesinado a sus compañeros de bebida —a su madrastra y al novio de ésta— tras compartir un litro de alcohol puro y una acalorada discusión sobre la existencia de Dios. Quienes quieran conocer la Rusia profunda ... y no tengan miedo a perder el riñón por el camino pueden vivir la experiencia de sumarse a una «troika» de bebedores, habitualmente desconocidos entre sí, que se ponen de acuerdo para compartir una botella de vodka (o de alcohol puro). Es una experiencia peligrosa, nada recomendable. Aunque sin ir tan lejos, nunca se podrá decir que se conoce de verdad ese país si no se ha llevado la contraria a la lógica y la prudencia.
Creíamos que noticias como la del doble asesinato etílico-teológico ya sólo existían en las páginas de Dostoievski. Que Rusia se había aburguesado. Que poco a poco estaba empezando a aprender a beber como lo hace la gente prudente, y no como si el fin del mundo estuviera al cabo de cualquier borrachera. En nombre de ese aburguesamiento necesario, Putin y sus jerarcas justifican el despotismo escasamente ilustrado con el que gobiernan su país. Desalientan la participación política de sus compatriotas, a quienes, en cambio, animan a que hagan negocios, ganen dinero, ahorren para unas vacaciones, compren muebles en Ikea y vayan pensando en una hipoteca para el futuro. A ver si así, en un par de generaciones, el pueblo ruso aprende a beber y a no matarse por una discusión sobre la existencia de Dios. Pero parece que aún no lo han logrado. Y que quizás el camino sea el contrario. Quizás el desquiciamiento existencial del bebedor ruso sea consecuencia de siglos de despotismo en los que el ciudadano es tratado como un perpetuo menor de edad, eternamente excluido del mundo adulto y de la sociedad pública.
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