VOCES DE LIBIA

Sin papeles, sin salida

Miles de trabajadores africanos esperan en el puerto de Bengasi que alguno de los barcos que llega estos días les lleve a un lugar seguro

M.A.

MIKEL AYESTARAN

No aparecen en las listas de ninguna embajada. No existen. Miles de trabajadores africanos esperan en el puerto de Bengasi que alguno de los barcos que llega estos días les lleve a un lugar seguro. Muchos de ellos no tienen papeles y llegaron ... al país árabe aprovechando la política de puertas abiertas de Gadafi en los noventa, otros como el nigeriano Okoye Obikuwu tienen todo en regla, pero no les ha servido de nada. «Llevo más de un año trabajando noche y día, me han explotado como a un animal y ahora me dejan aquí tirado, por favor que alguien nos ayude», suplica este joven, al que la revolución le ha dejado con lo puesto. Una camiseta del Chelsea y el buzo de trabajo es todo lo que tiene. «Mi jefe me avisó que saliera de casa de forma urgente y no me dio tiempo de coger nada. Lo he perdido todo, hasta los ahorros de todo un año», lamenta.

Human Rights Watch denuncia en Libia lo que considera un trato discriminatorio hacia ciudadanos africanos a la hora de organizar las repatriaciones para salir del país. Unas 5.000 personas están abandonando cada día el país magrebí por el puerto de la ciudad de Bengasi. «En los barcos no aceptan a africanos porque temen que pidan asilo en los países de destino», declaró Paul Burkhart, miembro del organismo internacional en el país, a nuestro compañero Luis de Vega. «Se trata de una política discriminatoria hacia los africanos, pues sí aceptan repatriar a ciudadanos asiáticos o de Oriente Medio».

Viven en barracones, hombres y mujeres separados, reciben dos comidas al día gracias al trabajo de cincuenta voluntarios de la nueva Junta Nacional que intenta llenar el vacío de poder dejado por la caída del régimen, y de dos médicos egipcios. «¿Dónde están la ONU, la Unión Europea, las ONGs? Tenemos hambre, frío y mucho miedo a que nos confundan con sicarios de Gadafi si volvemos a la calle. El puerto es nuestra cárcel al aire libre », comenta Alex, ingeniero de Eritrea que trata de liderar la organización de los suyos en este caos al que cada día siguen llegando compatriotas. Abdelhamid es uno de los voluntarios libios que intenta ayudar a esta gente sin salida, pero lamenta que «debido a la falta de medios, poco podemos hacer por ellos».

En el barracón de las mujeres Betilim, peluquera somalí de 19 años, tiene miedo por la situación fuera del puerto, pero también se siente indefensa ante posibles agresiones sexuales entre los miles de hombres allí presentes. Todos miran hacia el mar esperando que llegue un barco que les lleve a lugar seguro, pero de momento sólo pueden esperar.

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