Las mazmorras de Gadafi
Miles de familias se agolpan en las otrora instalaciones del «líder de la revolución», símbolos de su brutal represión
LUIS DE VEGA
Miles de vecinos de Bengasi aprovechan estos días, para visitar los edificios oficiales e instalaciones del régimen de Muamar Gadafi destruidas y asaltadas durante la revolución. Bengasi, con más de un milón de habitantes, es la mayor ciudad en manos de los rebeldes desde que ... el pueblo se levantara contra el poder de Trípoli el pasado 17 de febrero. Las fuerzas leales al dictador no ahorraron en medios para tratar de frenarles y hubo más de cien muertos.
Las ruinas o los esqueletos de aquellas instalaciones que han albergado el poder se han convertido en lugar de peregrinación, algo así como un parque de atracciones donde miles de familias pasan las mañanas. Algunos hacen incluso picnic en los jardines de las enormes instalaciones del mayor cuartel militar de Bengasi, escenario de los enfrentamientos más duros y donde hay hasta atascos de vehículos por la afluencia masiva de ciudadanos. «Aquí hace falta un GPS para moverse», dice en tono de broma un hombre con cara de perdido.
Los uniformes y los arsenales recuperados en el lugar están ya a buen recaudo en manos de los militares que se han unido a la revolución y que no descartan emplearlos en una posible toma de la capital en los próximos días.
Las paredes del recinto son víctimas de una libertad de expresión amordazada durante más de cuarenta años. En pocos días se han llenado de pintadas, casi siempre en árabe, pero también en inglés. «Libia será libre». Una mujer pasea con sus dos hijos. Les ha comprado varias pistolas con las que se sienten verdaderos soldados, subiéndose por encima de los coches calcinados, disparando al aire las cargas que la mujer les suministra.
Romería de la libertad
Pero el lugar predilecto para celebrar esta especie de romería de la libertad es, sin duda, la mansión de Muamar Gadafi, de un mal gusto arquitectónico difícil de describir. Todo está saqueado y quemado, pero la gente siente tanta curiosidad que tocan hasta la mugre de los pocos objetos que siguen siendo reconocibles. Hasta las losas de mármol han sido partidas a golpes. Pero no le importa a nadie. Los ciudadanos entran y salen de manera ordenada, pero por decenas. Cantan, saltan y ondean la bandera anterior al régimen. «¡Dile a Gadafi y sus hijos que en Bengasi hay hombres!», grita la improvisada manifestación en lo que, por las dimensiones, debía ser el salón principal.
A algunos se les torna el rostro a serio cuando cruzan la puerta acorazada, que les permite descender a través de una escalera a lo que, hasta hace pocos días, fueron las mazmorras del cuartel.
Se trata de una cámara subterránea -de unos quince por diez metros y muros de tres metros de espesor- a la que eran trasladados presos políticos. Uno de los laterales aparece abierto con un gran agujero que da a la calle y por el que también circulan las visitas. Es el símbolo de que nadie en Bengasi quiere que el horror vuelva a habitar bajo el suelo del cuartel.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete